sábado, diciembre 11, 2004

carretera perdida VII

domingo al mediodía en el epicentro del sueño americano. acabo de dar un examen imposible con cuatrocientos setenta concursantes más y estoy saliendo de un campus gigantesco en el que hay carteles con leyendas extrañas como “ george lucas o robert zemeckis buildings “. estoy pletórica, no sé muy bien porqué. simulo que haré una llamada telefónica desde una cabina solo para poder reposar un poco y ver como me las ingenio en este laberinto, para ganar la calle. alguien me dijo que es una zona muy peligrosa, es más , anoche vi por tv como encontraban un cadáver en la puerta principal. tengo ganas de caminar como cuando salía de la escuela el último día de cursos o cuando me gustó mucho una película y necesito ese silencio ruidoso de asfalto y ciudad. el sol está fuerte pero igual me pararé en la esquina, el mapa dice que en seis minutos vendrá un bus y me llevará a destino. todos los coches que paran en el semáforo parecen estar habitados por personajes de “ los soprano” que llevan sus heladeritas a un día en la costa. esta claro que el domingo al mediodía no es un buen momento para cometer crímenes, ellos también saben que el domingo es el día de la familia. yo también voy a la costa, al menos eso espero. aparece mi bus salvador que es verde con líneas amarillas y lo maneja una mujer negra estupenda que lleva con un peinado de trencitas espectacular que se corona por una gorrita del uniforme colocada con ondulines en un sitio imposible. me siento, como siempre, en el asiento de los bobos. soy la única con la piel blanca en todo el bus. todos parecen salidos de un film de spike lee de la primera época. suben y bajan mujeres con vestidos de satén violeta, rosa o celeste, con sombreros tipo caja de píldoras al tono con tul incluido y llevan niñas impolutas con trenzas y escarpines blancos. todos van a la iglesia y todos se saludan y se sonríen como si estuvieran en un pequeño pueblito. atravesamos barrios negros, coreanos, chinatown y algunos sucios distritos latinos sin salir de la misma avenida durante más de media hora. un veterano con lentes negros, sombrero de paja de italia y tiradores me pregunta por mi valija, quiere saber si llevo un bombo adentro. el toca saxo tenor y tiene ganas de hablar de música o de cualquier tema. le explico que es una sombrerera así que me pide para ver el sombrero. así que la abro y se lo muestro. me anima a que me lo ponga. entonces celebra con otros pasajeros y me obliga a dejármelo puesto. soy su cobayo por un rato. los de demás participan de la charla sonriendo y divirtiéndose un poco a costa de mi extraña pronunciación de su lengua madre. especulan si soy italiana o francesa. entonces mi anfitrión me pregunta de donde soy y le digo “de sudamérica”. así que insiste pero de dónde y le digo sin esperanzas : “de uruguay” . me contesta con su perfecto swing del gueto : ”...ah..., una vez estuve en rivera ”...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tal cual. puro.

Rebecca Milans dijo...

a veces creo que viajar sola me ha permitido tener este tipo de conversaciones casuales que siempre esconden la posibilidad de lo magico o lo extraño. lucho diariamente contra la amnesia de la vida diaria para no perder esas gotas de contacto con ese universo