miércoles, febrero 22, 2006

la guia del cemento

hacía varias noches que no podía dormir bien. una extraña idea la perseguía y le sonaba un misterioso cascabel, de vez en cuando, que la hacia bailotear con pasitos cortos cuando se desplazaba por la calle. esa mezcla de insomnio y alegría maníaca ocultaban una gran angustia, una pérdida, la comprobación de lo peor. vivía atenta a otras cosas de su vida cotidiana para tratar de reflexionar lo menos posible sobre las consecuencias de su estado, pero se sentía una bomba a punto de explotar de tristeza en cualquier esquina. la explosión seria sorda, como una implosión quizás. las esquirlas habría que arrancarlas de la piel de los pizzeros del centro, de los perros de los vagabundos que se arrollan en la noche con sus dueños, de las turistas alemanas que toman cerveza en las sillas soleadas de los bares. trozos de todo un poco se esparcirían alrededor de la plaza grande y rasgarían las vestiduras de la guardia de honor del soldado desconocido. hasta las botas de caña alta de los granaderos se verian efectadas por el impacto. aquella energía oculta, apastelada, rebosante como el relleno de una masita de crema, haría todo el daño que pudiera hacer. ensimismada en la tarea de ocultar su pena, circulaba con rapidez entre un ambiente y otro, armando agendas imposibles y reuniones maratónicas, para no tener que enfrentar los hechos. en eso estaba cuando entró al enorme edificio de cemento armado, una joya de lo que alguno quizo llamar arquitectura funcional. una pretensión de modernidad dudosamente comprobable un par de décadas después. un sitio frío, enrome, lleno de vidrio y piedra, emitiendo su gran mensaje de alienación. atravesó la zona del ingreso inteligente, en la que las puertas se abrían solas y llevaban a vestíbulos largos y vacios, como tiendas después de navidad. más allá de los corredores y las señales, seguían otros corredores, otras señales menores que no conducían a ningún lugar. el absurdo de los espacios que llevan todos a ninguna parte. de lejos, unos boxes con funcionarios de camisa blanca que no se podrían distinguir de empleados aduaneros. avanzó por uno de los corredores, donde estaban las señales más humanas que podria reconocer : las de los baños. desde una puertita emergió la mujer pequeña, de unos cuarenta centímetros de altura, pelo largo, sonrisa y un encantador conjuntito en dos tonos de rosa. ¿ dónde están los ascensores ? la mujer pequeña empezó a caminar hacia ella y con una amabilidad asombrosa le indicó la puerta correcta. con aquella sonrisa que solamente podia tener una mujer feliz.

6 comentarios:

Rebecca Milans dijo...

no se preocupe marc, la proxima la haremos mas liviana y digerible

Rebecca Milans dijo...

bueno, tratare de complacer a ambos

salud !

Anónimo dijo...

debería dejar algun comentario inteligente aquí, pero no se me ocurre ninguno, pasaré menos desprevenido la próxima, pido disculpas

basilia dijo...

hacer explotar la tristeza en espacios que no conducen a ningún lugar...algunas puertas q no las abre nadie, y sin embargo se abren. sentir esa sensación de inconsistencia. me encantó.

Rebecca Milans dijo...

gracias a todos, los que comentan y los que andan desprevenidos como la carqueja del monte canario. quizas deberia haber incluido el nombre de la enanita en el relato

Marce dijo...

me gusto mucho tu sítio. Increible!
Volvere..