sábado, noviembre 12, 2005

reloj que adelanta

no puedo evitar mi tendencia diurna. son las siete y media de la mañana, un sábado de sol y ya estoy en la calle. recién bañada, fresca, con ánimo de atravesar la ciudad caminando a paso entusiasta. a medida que me acerco a la parte antigua de la ciudad, me empiezo a cruzar con una suerte de cadáveres urbanos. cuerpos perfectamente plegados, en posición de cómoda siesta, desperdigados en las veredas de la ciudad. aquí hay hombres y también mujeres, parejas y grupos pequeños de amigos regados por el piso como si se tratara de la performance de algún coreógrafo pretencioso. pero no veo al creador de esta obra singular. quizás una botella de cerveza cercana, también acostada y en condición de descanso. las dependientas de los supermercados que pasan rumbo a sus trabajos, los serenos que vuelven a su hogar, los mozos de los bares que están baldeando la vereda, parecen ignorarlos. como si no existieran todos estos cuerpos, como si no estuvieran estos jóvenes durmientes recostados en la piedra. como si nadie los viera. como si estuvieran en su propia casa y nadie los quisiera despertar.