martes, mayo 30, 2006
paseando por la bella
sábado, mayo 27, 2006
los trucos de un viejo zorro
ahí estaba osvaldo, enfrentado al espejo y a mi cabeza medusa enredada de espeso pelo marrón. solo, como clint eastwood en el duelo final de un spaguetti western, munido de un cepillo redondo numero uno. como si tuviera una 22 o un revolver de juguete con fulminante. arma insignificante si las hay. trataba de hacer pesar su veterania, su don de lobby, pero eso no podría alcanzar para satisfacer mis exigencias. el lo sabia. yo lo sabia. pero seguíamos ahí, perdiendo tiempo en el espejo principal de la peluquería, yo con la cabeza mojada y arrepentida de haber entrado, él con la duda pertinaz sobre su capacidad de dominar mi pelo. nunca admitiría que no sabia peinarme. que no tenia la mas mínima idea de cómo pulir una punta del cabello. ni las más mínima. por esa razón saltó sobre una planchita de láser que guardaba, para casos de emergencia, en una cajita cartón. enchufó el aparato y empezó a rostizarme el pelo hasta que tocó mi oreja y mi pequeño gritito más el olor a carne quemada lo desanimó un poco. ni la tecnología podría evitar aquella evidencia : no sabía peinarme y era el dueño, amo y señor del salón de belleza. de allí salían las mujeres aduladas y mal peinadas a la calle, peor cortadas y mucho peor manicureadas. de su templo, el que dominaba desde su metro noventa de altura y sus aires de duque en el exilio. entonces utilizó el truco más antiguo : la conversación. ese que no usan las peluqueras jóvenes de cortes desmechados que generalmente me atienden, porque sólo tienen tiempo para aplicar la técnica y recibir la propina. osvaldo podía darse el lujo de demorar aunque ya fuera de noche. hacer preguntas, comentarios graciosos y movimientos totalmente falsos alrededor de mi cabeza, como si estuviera ocupado con el diseño de una planta nuclear. idas y venidas con el mini cepillo, retorcidas inútiles del pelo y esa frase matadora que todo lo puede : “ pero que ojos tan preciosos tiene “. |
miércoles, mayo 24, 2006
big mama
cuando la conversación habia tomado el rumbro correcto y estaban encargadas las verduras a la parrilla, la pata de pollo dorada y el acompañamierto, escuchó la más extraña sinestesia que alguien le hubiera pronunciado en su cara, impunemente. su anfitrion, era un hombre sofisticado, de esos que usan perfume un domingo en la mañana. después de hablarle de un artista al que le tenia respecto, remató con el comentario : tiene un auto como el mio. despues, se detuvo a decribir el modelo de land rover. a partir de esta pequeña coda, de esta frase breve y quizas insignificante, ella quedo fuera de la conversacion. distraida, lejana, ausente de cualquier pensamiento lucido. quedó vacía solo de escucharlo. como si le hubiera extirpado con la lengua aquel remedo de buen gusto que trataba de conservar. miró a la vereda y vio pasar otro carrito con basura, otro adolescente sucio con una gorra maltratando a un matungo. detrás, un cartel naranja emulaba la señalética de alguna ciudad alemana : montevideo de todos. somos como frankfurt pero con basura y gente miserable comiendola de los tarros. pero nuestros carteles nos ayudan a creer que somos casi alemanes. después miro el plato aun vacio, las mangas del saco de fino cashemire que habia sacado de su ropero. una pieza que habia comprado de las manos de la diseñadora. una especie de joya que habia mantenido envuelta durante un año esperando la oportunidad para lucirla. a esta altura, algo casi sagrado. empezó a recordar como esta prenda maravillosa ahora se habia convertido en bufanda, en chal, en saquito, en lo mas cotidiano de lo cotidiano. en esos pensamientos encargó a su alma a la espera del gesto del parrillero, la gestión de la moza y la definitiva digestión del almuerzo. |