martes, mayo 30, 2006

paseando por la bella

aun nublada y con las calles atestadas de camiones de reparto, buenos aires se ve linda. descubrí una panadería a la antigua en la calle arévalo, de esas que fabrican napoleones y galletas de miel de las grandotas, medio duras y exquisitas. por aqui todo parece posible en esa mezcla violenta de lo clásico con lo moderno. es uno de los sitios en los que distingo más artículos de belleza destinados a los hombres. pobre del pelado o del tipo con barriga. aquí nadie se lo perdonará facilmente. cientos de unguentos y cremas los esperan, masajes, ejercicios, pócimas de recuperación capilar. el galán porteño de pelo abundante, corte al estilo iracundos y pelo blanco debería ser nombrado ciudadano ilustre o algo asi. los hay taxistas, empresarios, dependientes de farmacia. en todos lados están estos especímenes entre cuarenta y cincuenta años que aunque no los tengan puestos, tienen configurado un traje cruzado en el aura. a pesar del tráfico, me siento cómoda en este caos levemente orientado hacia alguna parte. atravieso la ciudad a pie, como me gusta hacer cuando tengo tiempo o mucha voluntad para perderlo, solo por el placer de ver toda la gama, de pisar todos los suelos y escuchar todos los matices del argot local. estreno botas asi que nada mejor que llevarlas a conocer esta ciudad, bella y grandota en la que siempre surge un piropo gracioso de esos que te dejan con una sonrisita pintada en los labios.

sábado, mayo 27, 2006

los trucos de un viejo zorro

ahí estaba osvaldo, enfrentado al espejo y a mi cabeza medusa enredada de espeso pelo marrón. solo, como clint eastwood en el duelo final de un spaguetti western, munido de un cepillo redondo numero uno. como si tuviera una 22 o un revolver de juguete con fulminante. arma insignificante si las hay. trataba de hacer pesar su veterania, su don de lobby, pero eso no podría alcanzar para satisfacer mis exigencias. el lo sabia. yo lo sabia. pero seguíamos ahí, perdiendo tiempo en el espejo principal de la peluquería, yo con la cabeza mojada y arrepentida de haber entrado, él con la duda pertinaz sobre su capacidad de dominar mi pelo. nunca admitiría que no sabia peinarme. que no tenia la mas mínima idea de cómo pulir una punta del cabello. ni las más mínima. por esa razón saltó sobre una planchita de láser que guardaba, para casos de emergencia, en una cajita cartón. enchufó el aparato y empezó a rostizarme el pelo hasta que tocó mi oreja y mi pequeño gritito más el olor a carne quemada lo desanimó un poco. ni la tecnología podría evitar aquella evidencia : no sabía peinarme y era el dueño, amo y señor del salón de belleza. de allí salían las mujeres aduladas y mal peinadas a la calle, peor cortadas y mucho peor manicureadas. de su templo, el que dominaba desde su metro noventa de altura y sus aires de duque en el exilio. entonces utilizó el truco más antiguo : la conversación. ese que no usan las peluqueras jóvenes de cortes desmechados que generalmente me atienden, porque sólo tienen tiempo para aplicar la técnica y recibir la propina. osvaldo podía darse el lujo de demorar aunque ya fuera de noche. hacer preguntas, comentarios graciosos y movimientos totalmente falsos alrededor de mi cabeza, como si estuviera ocupado con el diseño de una planta nuclear. idas y venidas con el mini cepillo, retorcidas inútiles del pelo y esa frase matadora que todo lo puede : “ pero que ojos tan preciosos tiene “.

miércoles, mayo 24, 2006

big mama

cuando la conversación habia tomado el rumbro correcto y estaban encargadas las verduras a la parrilla, la pata de pollo dorada y el acompañamierto, escuchó la más extraña sinestesia que alguien le hubiera pronunciado en su cara, impunemente. su anfitrion, era un hombre sofisticado, de esos que usan perfume un domingo en la mañana. después de hablarle de un artista al que le tenia respecto, remató con el comentario : tiene un auto como el mio. despues, se detuvo a decribir el modelo de land rover. a partir de esta pequeña coda, de esta frase breve y quizas insignificante, ella quedo fuera de la conversacion. distraida, lejana, ausente de cualquier pensamiento lucido. quedó vacía solo de escucharlo. como si le hubiera extirpado con la lengua aquel remedo de buen gusto que trataba de conservar. miró a la vereda y vio pasar otro carrito con basura, otro adolescente sucio con una gorra maltratando a un matungo. detrás, un cartel naranja emulaba la señalética de alguna ciudad alemana : montevideo de todos. somos como frankfurt pero con basura y gente miserable comiendola de los tarros. pero nuestros carteles nos ayudan a creer que somos casi alemanes. después miro el plato aun vacio, las mangas del saco de fino cashemire que habia sacado de su ropero. una pieza que habia comprado de las manos de la diseñadora. una especie de joya que habia mantenido envuelta durante un año esperando la oportunidad para lucirla. a esta altura, algo casi sagrado. empezó a recordar como esta prenda maravillosa ahora se habia convertido en bufanda, en chal, en saquito, en lo mas cotidiano de lo cotidiano. en esos pensamientos encargó a su alma a la espera del gesto del parrillero, la gestión de la moza y la definitiva digestión del almuerzo.

sábado, mayo 20, 2006

jet cars

un sitio inesperado en el medio del tránsito feroz de las siete de la tarde por la avenida manuel montt. un reducto que no coincide con la zona clave de la movida nocturna. un extraño remanso para nostálgicos. la posibilidad de hacer un viaje en el tiempo, sin pasaporte, a nuestros mejores anhelos de infancia. ahí adentro todo parece correr más lento y gracioso. la enorme vidriera expone en varios niveles, con un orden absoluto, toda la línea de productos. tan solo atravesamos la puerta nuestros ojos se acostumbran a un nivel mas bajo de iluminación. no se necesita nada más para ser feliz en el templo del vehículo infantil de todos los tiempos. en segundos uno queda prendado por esa interminable muestra de autos de latón y caño, carros de caño pintado con soplete, autitos a pedal, carritos de arrastre de hierro y madera, triciclos de rueda fina y bicicletas de clásicas y modernas. hay de todo lo que uno pueda desear para trasladar un sueño de infancia, todos los tamaños, texturas, velocidades y colores. cualquier niño afortunado que haya vivido entre los cuarentas y la actualidad puede reconocer en este lugar el transporte que tuvo o quiso tener, desde un autito de carreras hasta una chata simple con rulemanes. quien pudiera achicarse por un rato para pilotear un bólido celeste cuya capota de lata exhibe orgullosa e incorruptible un enorme y amarillo numero nueve.

jueves, mayo 18, 2006

nunca estuve en la moneda

a esa altura de la tarde era propicio abrir otra vez el libro de duendes y revisar, a conciencia, su dieta de nueces y raíces dulces del bosque. el sitio no podía ser mas adecuado para la tarea. un lugar cálido, de paredes color maíz, con una enorme alfombra de yute y esa tibieza dulzona de los lugares que sirven café. un lugar donde el café sabe a café y no a jugo de paraguas. un auténtico café de grano molido a la vista. los habitantes de esta ciudad deberían demandar a la nestlé por el daño que ha hecho en sus costumbres gastronómicas. un verdadero atentado al buen gusto y la lógica, sobre todo. algo que en las generaciones venideras resultara irreversible. generaciones criadas, mal criadas, a café instantáneo. la historia no los absolverá. este sitio, es uno de esos extraños lugares públicos en los que los que los hombres toman té sin temer a ser objetados en su masculinidad. un oasis de la buena conversación, la amistad, la confidencia. en esta esquina de los jesuitas con julio prado alguien anuncia, entre cientos de avisos de recitales de poesía, que enseña piano y solfeo. la vereda esta cubierta de hojas secas y el tránsito apenas se intuye. por momentos tengo ganas de sacarme las botas y ponerme pantuflas. no me gusta pasear por los lugares emblemáticos de las ciudades ya que son siempre edificios que de alguna manera han tenido una sangrienta trayectoria, el coliseo romano, las torres gemelas, el arco de triunfo. no me gusta financiar la apología a la violencia de los tours ciudadanos. nada de soldados desconocidos. por eso tampoco no fui a la moneda, me quedé en el café bovary disfrutando como un gato al sol, masticando una galleta de almendra con chispas de chocolate.

martes, mayo 16, 2006

que llueva, que pase, que salga

van cuatro días y aun no he visto la montaña. apenas puedo decir que probé el pisco souer, una bebida dulzona e interesante de apariencia a daiquiri. confío en que detrás de todo esto, haya un pedazo de la cordillera y que lo que los locales dicen que es niebla o smog sea efectivamente la razón para tanto ocultamiento. algunos prometen que, si hay lluvia, se ira un poco la contaminación y podré entender mas o menos en que sitio me encuentro. por ahora solo veo el cielo gris y el aire húmedo y espeso y trato de creer que antes de volverme a mi tierra, veré montañas y cerros verdaderos. lo único que he podido apreciar todo el tiempo son autos corriendo a toda velocidad por las avenidas, de día y de noche. como locos, todos los santiagueños parecen ir a alguna parte, en auto y rápido. por eso aparecen los accidentes de sus carros en la televisión casi todo el tiempo. tal vez tenga que ver la inminente destapada de la montaña, cuando pase la niebla, cuando salga el smog, cuando llueva. nadie aspira, como en montevideo, la llegada del sol y con el ese estado de vagancia y lagarteo. no, aquí hay cosas importantes para hacer, para ser, para vivir. aun no las encontré, pero estoy segura que existen. por ahora, no me falta nada para ser feliz. hasta me hice unos amigos en un mini mercado japonés de la esquina. son jóvenes y hay uno que apenas entiende el español pero usa un pañuelo anudado al cuello como un dandy parisino de principios del novecientos. me hablan de punta del este y a mi me da pudor pero les sonrio igual. ellos no parecen esperar que pase la niebla, que corra el smog, que llueva. ellos solo quieren que entre el cliente y en lo posible, que compre.

jueves, mayo 11, 2006

delicias de la autogestión amorosa

la miró raro, como a un pescado con piernas. en aquel estado no podía esperar otra cosa de él. nunca una mirada tersa o relajada como la de aquel perro amarillo que la merodeaba al mediodía cuando salía del trabajo. había buscado una puerta, no la de su corazón sino una salida de emergencia para escapar de una relación que tenia el dolor asegurado. había buscado infructuosamente, como el que pierde una llave en una playa, un boquete liberador. esta vez pudo reconocer su error. lo había subestimado. algo que él no se merecía, pero ella lo había hecho, con esa frialdad que las mujeres tenemos a la hora de joder a los hombres. tal vez no le perdonaba el hecho que él trabajara afanosamente en pos de demoler su autoestima con frases sueltas como a veces me pareces tan fea “…para después compensarlo con otras que decían cada día te veo más linda. ese tipo de conducta merecía azotes, empalamiento en la plaza pública, circuncisión sin anestesia hecha por un aprendiz de carnicero. esta conducta merecía el olvido, el olvido sin perdón. entonces se detuvo un instante para mirarlo y entendió que él mismo sería el portador del problema y la solución. como cualquier hombre hambriento que sale a hacer las compras y después se pone a cocinar. sería cuestión de darle tiempo.

sábado, mayo 06, 2006

servilismo catódico

la vi anoche en la televisión. ah...pero no era procuradora. no, no soy procuradora. ah...como me dijo que era procuradora. no, no creo haberle dicho eso, me parece que se confunde de clienta. se alejó, un poco desconcertado y conmovido a la vez por la revelación. en el camino, se cruzó con el otro mozo, el joven, que sostenía la teoría que soy estudiante. no, no soy estudiante. soy un poco vieja para ir a la facultad. frase con la que había logrado congelar aquel conato de intromisión. en la mañana del domingo había suficientes clientes llenando el salón del bar como para estar ocupándose en nimiedades. los mendigos se superponían a los parroquianos en un desfile interminable hacia el baño del fondo. los dos mozos, el que la atendía en las mañanas y el joven que solo la veía los fines de semana, pensaban que de todos modos valía la pena acosarla. así que iniciaron una singular y silenciosa competencia. el primero le acercó el suplemento de espectáculos, acorde con lo que se había enterado cuando la vio en la pantalla fría. entonces el otro dio varias zancadas con la taza de café y el suplemento dominical para aterrizarle en la mesa aquella ofrenda que cargaba casi la misma ansiedad que las ratas que su gato ofrecía con orgullo en la puerta de la cocina después de arduas jornadas de cacería. mientras trataba de abstraerse y leer toda aquella información vacua impresa en papel ordinario, el más veterano rescató el cuerpo del diario, con portada incluída y lo tiró, enorme y desarreglado, como a la piel de un tigre de bengala encima de la mesa de cármica, el vaso de café y el plato con las migas de la medialuna.