domingo, octubre 30, 2005

domingo 2 a.m.

abajo, aguardan las mortales encerradas en sus remeras con puntos brillantes, prisioneras del brushing, el colorete y los tacos de inspiración arábiga. en el escenario, están ellos. rubios sensacionales, con las costillas marcadas y los músculos trabajados, meneando las caderas de forma inaccesible. al ras del piso, arrastramos los pies al son de la orquesta, intentando ser graciosas, apuntamos los culos al cielo, en señal de aprobación y disponibilidad sexual. en las alturas, ellos ignoran cualquier insinuación y se conectan con su show. a veces, se rozan entre ellos en un juego que parece ir más allá de la coreografía. en las mazmorras ellas aúllan impacientes, anhelantes de un gesto divino proveniente del olimpo de los dioses, mientras se ajustan los sostenes para simular más volumen, en un postrero intento por cotizar. sobre las tablas ellos entonan, corean y giran con una gracia infinita, inmortal. como un largo gusano, se mueve la cola de mujeres por el borde del escenario, reproduciendo pese a los zapatos incómodos, los pasitos de sus ídolos vestidos de blanco y ajustados hasta reventar. una nube de histeria planea sobre el lugar cuando el líder se saca la camisa y la revolea por encima de sus cabezas. hipnotizada por las serpientes que lleva tatuadas en los bíceps, alguna de ellas deja de respirar y directamente cae al suelo. y ahí quedará, estampada en el piso de damero de casa de galicia, hasta la hora en que lleguen los empleados a baldear el fin de fiesta con una buena mezcla de agua y cloro.