sábado, junio 02, 2007

la maldición del cocinero

en la mesa somos unos cuantos. en un extremo se habla del tango de villa urquiza, el ocho básico y de la revolución del 87 cuando el tango argentino llegó a broadway y se convirtió en una industria para bailadores, zapateros, dueños de piringundines, vendedores de medias de red y chambergos. todos los detalles sobre la sin rumbo, milonga guía y patrona del tango argentino moderno. todos los detalles sobre la marshall, milonga gay que también brilla en la noche porteña. en otra punta se habla seguramente de armas cortas, de pianos de madera noble o de algún asunto por el estilo. el grupo se distingue por la gigantesca barba del alemán que desde la cabecera cuenta alguna cosa divertida a un grupo de damas que lo miran con aire de espanto y satisfacción. también están los dueños de un bar de puertas cerradas al que no se puede llevar a ningún amigo policía o miembro de una recaudadora de impuestos. un tugurio nuevo en la ciudad donde se fuma y se consume a gusto sin tener que ir a la terraza o esconderse de los demás. un sitio que hubiera visitado y considerado indispensable en mi adolescencia al que hoy, no iría ni loca. a mi lado, con la mirada de un carnero degollado, el chef. supervisa cada subida de tenedor de mi boca y se asegura que trague por completo su obra maestra. unos centímetros mas abajo, los gritos desconsolados de mi hígado que trata por todos los medios que el veneno no lo alcance. son litros de crema doble mezclada con champiñones que bajan alegres por mis tripas, incendiando todo ese camino que aboné durante meses de verduras frescas, hortalizas apenas remojadas y carnes magrísimas. toda una estrategia de vida y salud absolutamente tirada por la borda, solamente por tenerle piedad a ese hombre que no sabe cocinar sano.