sábado, mayo 28, 2005

andén equivocado

sin querer, me subí al tren de los cojos. sortee dos bastones canadienses y me senté. después, entrecerré los ojos y me hice la distraída. como si no me hubiera dado cuenta que viajaba en un servicio que no es para mí. tuve la sensación que, entre ellos, se codeaban. una especie de contraseña secreta que usan para avisar al inspector y expulsar a los intrusos. en cualquier momento me bajan, pensé. pero seguí ahí, entre todos los bastones, las muletas y las prótesis de los demás. a los veinte minutos regresaron los pensamientos paranoicos, esa inseguridad latente que no me abandona. me imagine a un super intendente manco pidiéndome el carnet de coja y yo, sin nada en el bolsillo. ni siquiera un billete para sobornarlo y seguir mi sueño en paz. en ese momento pasó un limpiador del tren con un aspersor amarillo. vi como se inflaban los peinados de las mujeres cojas del sector de enfrente y todas quedaban con un aire de los ochentas, como ángeles de charly. minutos después, otra funcionaria de mantenimiento entró al vagón y con un sistema similar distribuyó polvo traslúcido en el rostro de las mujeres y les dio una apariencia radiante y seductora. de mi lado, estaban los hombres que recibieron con indiferencia el planchado de sus trajes con un sistema de vapor, una manicura les dejo las uñas redonditas y un odontólogo dedicó su mejor esfuerzo en blanquear los dientes de todos con un sistema revolucionario que no podría describir en `pocas palabras. me di cuenta que, además de subirme en el tren incorrecto, estaba espiando todas las ventajas y diferenciales que tienen los trenes para cojos, que no existen en los trenes comunes, los que me llevan cada noche a casa. cuando ellos llegan a su casa no tienen ojeras y cara de cansancio después de un día largo y agotador. cuando llegan a su casa están hermosos, listos para ir a un baile de gala como los de fred astaire o para ir a tomar un trago a un club sofisticado. al acercarme a mi estación me incorporé con dificultad y rengueando ostensiblemente, me prendí de los sujetadores frente a la puerta.