lunes, abril 18, 2005

un día después

salgo, como una larva de mi cama. absolutamente agotada y con los ojos como salchichones en un guisado. apenas puedo moverme porque la cabeza parece querer romperse en mil pedazos, así que voy despacio tratando de evitar cualquier espejo. la fiesta estuvo muy bien, quizás demasiadas personas, demasiadas bebidas, demasiado ruido y tantas cosas más en exceso. la gente hablaba en distintas lenguas y parecíamos todos salidos de alguna parte y dispuestos a cruzarnos en diferentes sentidos, con los demás. al menos había un poco de luz para reconocer las tribus y poder dejar el vaso en un sitio seguro. estuve circulando como un trompo toda la noche, entre conocidos y desconocidos que ya no lo eran tanto. la tribu de brasileños era bastante especial, altos, algunos con peinados punk y uno con un tapado de astracán sintético y la cabeza rapada que resultó un encanto. su delineado de ojos superaba al mío en varios cuerpos. no me atreví a preguntarle si era permanente, es decir tatuado, porque en realidad poco me importa. el anfitrión me presentó a un chico con nombre raro, de apariencia indígena. me dijo que tiene un museo de piedras de uso de los indios, en su casa. me imaginé a un padre loco e infantil, contaminando con su hobbie a los hijos, intentando vivir en una carpa de cueros de vaca y ramas y arrastrándolos a todo tipo de aventura amerindia. como aquel que bautizó a sus niños batman y robin.