sábado, abril 30, 2005
sin mucho miramiento
en el bar andorra
viernes, abril 29, 2005
jueves, abril 28, 2005
la llamada del domingo
miércoles, abril 27, 2005
lo que no se llevará el viento
ya saben lo que me gusta la sudestada. este fin de semana lo he pasado en cama, griposa y resacosa después de una noche en un ambiente apestoso. a veces me gusta estar enferma, no moverme demasiado pero tarde o temprano, me aburro. así que salí a la calle, en una de las noches más frías en lo que va de este otoño. viento fuerte, muy frío y del sudeste. sumé varias capas de ropa, que incluían el neopreno y también un impermeable liviano y al mismo tiempo abrigado. solo me faltó un gorro. las primeras calles que recorrí estaban vacías, a nadie le gusta salir a tomar viento un domingo de noche en la ciudad. pero yo tenia planes concretos. uno de ellos consistía en darme por curada de esos dos días perdidos de gripe. cuando bajé por el costado del a plaza independencia rumbo a mi bar favorito la sudestada se expresó en su máximo esplendor. un viento súper potente me dio en la cara y una lluvia fina de miles de gotas se desprendió de una gigantesca ola de la rambla directamente hacia mi persona. en el bar había un chico que no conozco mucho, pero como estaba semivacío, pudimos conversar placidamente sobre nuestro respectivo amor por el viento fuerte, por las películas vistas desde la cama, por la vida vagabunda en general. casi no había valientes en la calle. apenas unos fantasmas arrastrándose lentamente. le hablé de una película que había visto mientras cumplía mi rol de enferma y él me describió de forma mágica el beso que hay en el film. quedamos silenciosos y tibios después de este tema. me imaginé como sería darle ese beso a él, ahí, del otro lado de la barra. sonreí. después llegaron más personas, amigos y clientes. el encanto no se rompió. el beso había quedado ahí, como algo colgado entre los dos. decidí salir otra vez a tomar el viento, ahora me arrastraría por la espalda. quería hacer unas compras antes de irme a dormir, hojuelas de cereal, sin ellas no puedo vivir. algunas manzanas. algún yogur con moras. moras como las que plantamos alguna vez en el jardín. las que nos enseñaron a macerar en azúcar durante unas horas. y después, al comerlas, quedar con los labios dulces y morados como vampiros de una película sexy. para dar besos como ese que quedó pendiente, en el viento de la sudestada.
martes, abril 26, 2005
mito
lunes, abril 25, 2005
catálogo de novedades
domingo, abril 24, 2005
a la deriva 2
a la deriva
sábado, abril 23, 2005
en shangai no hay comida china
viernes, abril 22, 2005
una tarde chez rodríguez
jueves, abril 21, 2005
sobre gustos
miércoles, abril 20, 2005
el último piropeador
martes, abril 19, 2005
malas nuevas
lunes, abril 18, 2005
un día después
domingo, abril 17, 2005
reforma
sábado, abril 16, 2005
nadar al sol
candombe del plagiador
viernes, abril 15, 2005
crisálida
jueves, abril 14, 2005
el hombre que no podía despertar
miércoles, abril 13, 2005
on off
le gustaba tomar el té con la anciana y escuchar los relatos escalofriantes que generalmente protagonizaban personas que ella había conocido pero ya había olvidado. en aquellas narraciones solía enterarse que alguno de sus compañeros de jardín de infantes había resuelto inesperadamente salir de la mediocridad y la rutina del pueblo para convertirse en un psicópata capaz de encadenar a sus tías, gemelas y ancianas, a un oscuro y húmedo rincón del sótano en la casa de veraneo, solo para cobrar mensualmente sus exiguas pensiones a la vejez. ese universo de maldad infinita, de cadáveres enterrados en el patio, constituían gran parte del encanto de aquellos encuentros que olían a arsénico y encaje antiguo. el resto era el perfume de rosas del polvo de arroz que cubría levemente el rostro de la anciana que parecía a veces una magnolia fragante y otra veces un merengue coronado con cabellera de plata. sus finos comentarios, las caídas de ojos y los sugestivos silencios interrumpiendo cualquier frase, eran las armas que usaba en los casos de adulterio. temas que no podían faltar en una buena conversación de salón. a veces la interlocutora se dejaba llevar por su febril fantasía y añadía relatos sobre ciudades techadas, abrazos furtivos con mao tse tung en la muralla china y milagrosas curaciones de la neurosis al ingerir orines. el mejor momento de la charla empezaba cuando surgían los recuerdos de amantes moros o griegos de manos anchas, revolcones inolvidables en la orilla embravecida del océano o a bordo de rústicos botes de pesca en el adriático. después llegaba el tiempo en que la tetera se vaciaba y las lengüitas de gato desaparecían de la fuente. entonces la charla perdía de a poco el ritmo y la anciana entraba en un ensueño del que resultaba inoportuno sacar.