lunes, septiembre 26, 2005

paso a las nueve

se recostó en el diván con las mejillas rojas de absenta. sin cerrar los ojos, presenció una escena bizarra de sexo entre hermanos. los pekineses de porcelana de esmalte naturalista, que estaban en la bandeja de plata empezaron a darse besos negros y a probar todo tipo de posiciones eróticas, como si se vieran obligados esa misma tarde a rescribir, todo el kama sutra. arrobada en aquella extraña temperatura, esperó la llegada del anfitrión. el piso diecisiete estaba alfombrado en clave persa, en tonos de rojo y azul. las cortinas, grandes y ampulosas, tenían rayas en tonos de dorado. lo que significa, según algún manual errático, la casa de un hombre soltero. la columna patinada en faux marble que se ocultaba en un rincón, denunciaba el fracaso, no asumido, del decorador. todos los cuadros mostraban algún par de tetas. a veces incluían alguna cara, una mirada calentorra, un rostro sediento de deseo que interpelaba al espectador. otras veces eran troncos que solo mostraban lo esencial : un par de tetas. ella estaba ahí, cómoda en el diván, incómoda con la decoración de la casa de un hombre con dinero evidentemente desesperado por regresar al seno materno. estaba claro que se trataba de un tipo insoportable ¿ quien querría vivir entre ese mar de perros de porcelana china ? en aquella circunstancia, ella no tenía nada que perder. apenas seguiría la conversación hasta ver si concretar o no, un negocio. encogió levemente los pies dentro de las botas de aspecto punk y después estiró cada dedo hasta rozar el borde del cuero. ahí mismo se durmió.