sábado, enero 28, 2006

licencia en la cochería

el terreno baldío, que queda junto a la casa de veraneo del empresario fúnebre, esta cubierto de maleza y encima de esta florecen varias guías de campanillas azules. tal vez, el olor dulzón que emiten cuando el sol les cae oblicuo a las seis de la tarde, no sea tan diferente al del interior de una carroza porteña después que se enterró el difunto y permanecen los restos de polen pegados en los vidrios. a pocos metros del puerto, se encuentra la casa que es amplia y de líneas simples, con un jardín con setos de gartegus perfectamente recortados, como si un cajón de verdes abrazara la construcción. no hay ruidos ni risas en el jardín del funebrero. nadie ahuma un poco de carne en una parrilla rodeado de una familia. no hay una pileta pelopincho en la que retocen niños a la hora de la siesta. ni siquiera una hilera de bicicletitas colorinchudas en la puerta del garage. con la misma discreción que caracteriza su trabajo, vive el descanso el funcionario de la parca. solo lo delata el largísimo sedan negro con cortinas púrpura cuando lleva a su esposa al supermercado.