sábado, mayo 12, 2007

san antonio

a las seis de la tarde lo vi subir la esclarea. soy un mentiroso, yo miento, había dicho un par de días atrás. esa declaración, tan clásica y al mismo tiempo infrecuente en la boca de un hombre me causaba un gran alivio. no tenia intención de impresionar y no quería ocultar los hilos de su seducción. por el camino había levantado a una chica que hacia auto-stop. como siempre, se manejaba como un tipo que nunca pierde la oportunidad para llevarse algo puesto. por una razón inexplicable, la bajó en el medio del camino. quizás este cuento era una forma galante de decirme que me había venido a ver, por segunda vez en menos de cuarenta y ocho horas y que había dejado un par de opciones de carne fácil en el camino. a pesar de sus conversaciones simples y explicitas en muchos casos, usaba formas poéticas de decirme algunas cosas. a mi también me costaba acercarme, invitarlo, introducirlo en algún aspecto de mi vida. algunas veces nos dábamos grandes libertades cuando estábamos juntos, pero previamente, había como una especie de danza del imposible que debíamos bailar de a uno, con obstáculos colocados sabiamente, de manera que se pagaran posibles culpas por el simple hecho de vernos. a pesar del paso del tiempo seguía existiendo un hilo fino, transparente, invisible y tenso entre los dos. se trataba de una atadura rara y magistral que no habíamos hecho a propósito hacia algún tiempo. él se iba poniendo viejo y encantador, con esa timidez gigante y al mismo tiempo desafiante para mí. ya no era un reto como antes, una jugada al 24 con los ojos vendados y la fila enorme de fichas encima del paño. tenerlo enfrente no me hacia temblar las rodillas ni sonrojar. nuestra relación estaba empezando a ser como ese sol de las seis y media de la tarde de otoño, un poco inclinado, un poco decadente, un poco tenue pero maravilloso.