sábado, junio 25, 2005

hijos de la culpa

se instala de noche, bajo la ochava de la casa de fotografía. en el piso extiende, sobre una tela negra, los mejores ejemplares de su botín. varios juguetes grandes, coloridos y relucientes, fruto de más de un robo a niños adinerados. hijos de padres culposos, hijos de divorciados, hijos de padres infantiles, hijos de obsesos y coleccionistas. hijos de abusadores. son los que alimentan el negocio del dealer menos carismático de la cuadra. en el corazón de la ciudad vieja, en el epicentro de la ronda nocturna y la joda, acurrucado y sucio, espera el vendedor de juguetes robados. como la parte mas perversa de un universo que lo ha perdido todo. no hay piedad ni para los niños. desde ese extraño rincón espera a los borrachos que quieren seducir a una chica comprándole un robot que se parece a ellos o un jet de luces multicolores a falta de dinero para pasearla en un avión real. cuando algún desconsolado deambula, al final de la noche, sin amor, sin sexo ni abrigo, siempre podrá llevarse a casa un autito majorette a buen precio y así revivir aquella infancia perdida. el vendedor de la ochava come en piso, con las piernas dobladas, en cuclillas, un pedazo de grasienta milanesa al pan envuelta con papel gris. sus tesoros brillan más que su figura y disimulan, de algún modo, su indignidad.