lunes, mayo 14, 2007

cincuenta metros perfectos

la esquina de conde frente a la catedral tiene un negocio que se llama café conde. vendría a ser el equivalente a la biela en buenos aires pero con mesas de plástico en la terraza exterior. un sitio de culto en el que se reúnen todos los modelos humanos posibles del casco urbano. adentro, junto a la barra se amontona la gente que quiere comer un sándwich y hacer del desayuno del domingo una tertulia lenta y encantadora. yo vengo por el café de siempre, el santo domingo ningún otro me puede proveer tanta felicidad. huele fuerte como una patada inesperada en el medio de la canilla. se puede tomar a sorbos breves y dejar reposar ese final amargo y tostado en el fondo de la lengua. en la vereda pasa un mulato que vende un aro para hacer pompas de jabón. si no fuera por las restricciones aéreas me llevaba un montón para regalar a mis amigos. falta una hora para el mediodía pero las campanadas de la catedral entrenan de todos modos a un grupo de palomas grises de plaza, clásicas pero mas pequeñas que las del sur, en esa vuelta tradicional alrededor del espacio antes de desaparecer en el patio de la iglesia. un truco para arrastrar a los fieles a la misa que seguramente dios recompensa con una porción extra de migas de pan dadas por un batallón de ancianas caritativas en un sitio que no queda a la vista del publico. se hizo tarde y no podré visitar el negocio de las japonesas que hacen las uñas, una pena porque mis pies merecían un esmalte mas claro, tal vez un fucsia pero no importa, usare botas. anoto en mi mente posibles actividades para la próxima vez, seguramente repetiré mis incursiones a la peluquería del numero 156, el salón jeannite con sus peluqueros jovencísimos que bailotean hits de marley entre miles de apliques de pelo sintético y lacio. en un sitio como este es difícil que alguien necesite mucho más para ser feliz.