miércoles, abril 08, 2009

la cofradía del espanto

es un inesperado emporio de la belleza urbana. podríamos considerarlo como la capital de la hermosura perdida, la gracia olvidada y la lozanía extraviada por el tiempo y los sufrimientos de la vida. un espacio que, a todas luces se ve esperpéntico. tiene un techo atestado de piolas de las que penden muñecos de pasta que representan brujas montadas en escobas y en el centro del salón hay un árbol de navidad de plástico, dorado pretensioso y horripilante. el personal está compuesto por una serie de funcionarias barrigonas en chancletas y una dueña que intenta parecerse a brigitte nielsen pero con unas medidas bien desfavorables. ella transporta toda su abundante carne comprimida en un enterito de color blanco y tiene el pelo decolorado y pinchudo. la única bella de todo el lugar está oculta bajo una melena pajiza consagrada al arte del secador de pelo. me hace acordar al personaje de piel de asno. está oculta de la envidia del resto del personal y especialmente de la colección de adefesios que componen la clientela del salón. están la falsa rubia de la remerita corta, la panza flácida a la vista y unos tacos vertiginosos, la fea a la que se le ve la faja y la flaca de rostro triste que viene a teñirse las canas como si esto mejorara un poco su desolada estampa. no es un negocio de precios bajos, tampoco un centro famoso por hacer milagros diurnos con las clientas, está bien ubicado y tiene clientela si bien toda su estampa se contradice con su objetivo: salón de belleza. me pregunto, en el medio del desorden reinante, quien habrá sido el siniestro decorador que instaló espejos de tamaño natural en forma de triángulos que se alzan como filosas espadas en el medio del lugar y quien fue capaz de colocar un pedestal patinado en blanco y dorado que tiene al loro encima, felizmente enjaulado.