domingo, octubre 07, 2007

dia franco

por causa de una lotería hormonal existía aquel extraño, bizarro y maravilloso día ocho. el día más largo del mes, el día más caliente del invierno, la primavera, el otoño y el verano. un pequeño collar de doce cuentas anuales de sexo indiscriminado. un boleto para pasear sin límites por el bajo vientre. todo era posible y en cualquier circunstancia. el portero de aliento a caballo viejo podía incluso, verse sexy e insinuante pese a no despegar el cigarro de la boca ni esbozar una mínima sonrisa. aquel hombre de cabeza cuadrada y mirada torva que tenia la cintura de un refrigerador lleno de melones podía llegar a ser un adonis. una mínima señal y ella se tiraría en picada en los brazos de aquellos seis obreros pasados de peso y años que revestían con gesto cansino, hacia varios meses, un edificio de ladrillos. un micro de estudiantes secundarios llenos de granos y olor a paja, el policía que dormitaba bajo los tubos fluorescentes en el interior de un banco en la noche, el dependiente de la farmacia que se sabia mil nombres de remedios de memoria pero carecía de otros intereses. todos eran bonitos, todos eran prospectos para irse a la cama, todos estaban misteriosamente, buenos. no esta un día para llamar a un ex y sugerirle un encuentro, no era un día para conductas histéricas. el día ocho había llegado a su vida solamente para bajar cualquier barrera posible, social, estética, olfativa, conceptual u operativa. por esas horas se encerraba a la razón para dejar solo espacio al corazón y a cumplir los deseos urgentes. en fin, sigamos usando eufemismos. igual el lector sabrá comprender de que hablo.

sábado, octubre 06, 2007

coco taxi

subidas en la esfera amarilla y veloz, a toda maquina y con el viento en la cara nos sentimos como en el auto de adelante de cualquier persecución hollywoodense. el taxista nos intenta dar un mini tour que no pedimos, describiendo la historia del barrio chino, que se parece a las historias de todos los demás barrios chinos que conocemos. tiene el casco puesto no para prevenirse de accidentes sino para evitar el ruido estruendoso de su maquina de tres ruedas. rodamos primero hacia el mar que se ve especialmente brillante en esta tarde tropical, desembocamos en una columna griega o corintia o algo parecido. Debe ser una replica que algún gobierno europeo regalo en un momento de bonanza o que algún rico dueño de casino atesoro alguna vez para pavonearse frente a sus amigos. para nosotras solo vale la sensación del motor vibrándonos el cuerpo y la aventura de atravesar una ciudad en esa suerte de aparato mágico y precario. tomaremos un refresco en el hotel inglaterra, no en la terraza calurosa, sino en un digno salón donde ven béisbol en la tele, hay aire fresco y un mozo lleno de ceremonia. ahí vamos a hablar de chicos, de oscar wilde, de johnny deep y de toda una galería de lindos por siempre. después caminaremos un tramo mínimo por la calle, solo lo necesario para comprar unos libros, ponernos en la agenda de una peluquería y revisar algún que otro negocio de la glamorosa calle obispo. perdemos el tiempo para encontrarlo, nuevamente en el camino de regreso al centro, otra vez en coco taxi, calladas y oyendo el ruido del mar, la charla del taxista y el zumbido interminable del motorcito forzado hasta el extremo por darnos ese último viaje de rock and roll.