sábado, mayo 07, 2005

tengo mis límites

puso cara de pensativo y empezó a trabajar denodadamente con la lengua hasta que logró desprender los restos de terrina de calabaza de la corona sin terminar que tenía en el premolar derecho. aun no sabía bien porque se dejaba arrastrar por su novia a esos sitios afectados con comidas chic, con nombres en francés o en italiano, que nunca saciaban a su estómago. encima, siempre los acompañaba algún maquillador o peluquero gay al que también debía pagarle la cuenta. en ese momento, su novia y su amigo siempre se las ingeniaban para cuchichear un tema importante y el se quedaba mirando al mozo, con la adición en la mano y abriendo la billetera. una fibra de la maldita calabaza se había ensañado con él, o tal vez lo había preferido, estaba trancada y oponía resistencia. daría su reino por un escarbadientes pero rosarito nunca se lo permitiría lucir en público a pesar que el llevaba su palillo personal, en la navaja suiza, se veía confinado a pasar al baño para usar el instrumento. el aburrimiento era el común denominador de aquellos almuerzos y cenas en las que solamente estaba para pagar. tampoco salían baratas a pesar de que se trataban de simples verduras. entonces, con el postre pidió una botella de champagne. rosarito lo miró en un principio con reprobación, pero después vio la chance de hacer una suerte de festejo menemista y apoyó la idea. cuando se terminaron la primer botella, pidió una mas, de manera de asegurarse un buen engorde de la cuenta. el amigo gay había empezado a rozarlo por debajo de la mesa, un poco más sacado que de costumbre. entonces el dijo que iba al toillette y se alejó del lugar, para siempre.

la virilidad del ciruela

me siento en una mesita, a la sombra y veo pasar el traje arrugado pero elegante de un caballero de pelo teñido. no entiendo quien asesora a estos señores de más de sesenta, que ya perdieron algunas chapas del frente del rancho y sobre todo, no logro entender el gusto por aplicarse color ciruela en la cabeza. tal vez, deberían apostar al rubio ceniza, algo más discreto y favorecedor. esta claro que en una peluquería de mujeres nadie se pondría ese tono violáceo, por el simple hecho que el mismo tono denuncia el artificio. quizás, en el misterioso universo de los hombres existan serios motivos para brindarle al color ciruela los mismos poderes del viagra. hay tantas cosas que una desconoce, que resulta arriesgado lanzar una teoría al aire como si fuera un sueñuelo de pato frente a tres tiradores expertos. felizmente el señor del traje arrugado beige y de buen corte no quedó en mi campo visual, sólo tengo hordas de brasileños con hijos que toman café y conversan. desfilan ancianas con diferentes versiones de animal print. las más políticamente incorrectas tienen variaciones sobre fucsia o gris con manchitas de tigre en negro. abundan esta tarde, corrompiendo el equilibrio estético del planeta. la moza, que se acerca a atender una mesa, rezonga a los niños brasileños con una firmeza similar a la de una institutriz galesa. los padres se hacen los distraídos en otra mesa, han perdido por completo el control y tratan de ignorar el zafarrancho infantil. miran cadenitas de oro y otras cosas que se compraron esa tarde. me imagino como serán de adultos esos niños llenos de dinero, descarrilados por la poca atención de los padres, agresivos y desesperados, listos para escarchar autos último modelo como única alternativa de entretenimiento.