viernes, mayo 06, 2005

una pareja como cualquier otra

alicia y andrés, así se llaman las tortugas de antonia. viven en su casa, en la ciudad de canelones y habitan una especie de universo perfecto creado por su dueña. la vida de estos reptiles es aparentemente tranquila, sin sobresaltos, pero con las tortugas nunca se sabe. antonia tiene fobia a los gatos desde su primer embarazo, por eso para ella, las tortugas han resultado ser la mascota perfecta. se desvive por generarles una vida plena de comodidades, también a nivel estético. por eso planta ibizcos para que se alimenten y al mismo tiempo se recreen cuando salen de su ostracismo. por eso la casita de las tortugas tiene un primoroso almohadón con puntillas y volados, por si alguna quiere descansar. ambas tortugas han aprendido a convivir con ese extraño objeto, que se parece a un familiar en volumen pero no en textura y que prácticamente les impide el ingreso a la casita, único sitio oscuro y silencioso donde no son acosados por las atenciones de antonia que es capaz de despertarlas en plena hibernación para darles una cena. a veces, la apacible y rutinaria vida de las tortugas puede deparar sorpresas, como la que dio andrés, cuando se internó en la casita con intenciones de hibernar y después no salió más. al principio antonia, que es una mujer positiva, pensó que simplemente se estaba retrasando unos días. miraba a la activa alicia recorriendo de nuevo la pecera y pensaba en el pronto despertar del macho de la casa. pero no sucedió. andrés parecía estar haciendo un extraño acto de protesta, sin asomar siquiera su cabecita al exterior de la casa. entonces antonia cambió el color de los ibizcos para despistarlo. alicia estuvo un poco sorprendida, pero después se los masticó como tantas veces. ni noticias de andrés. a las tres semanas antonia llamó a aldo, quien había construido la casita y le encargó la tarea de agrandar la puerta. el hombre vino con sus herramientas y realizó un cómodo portal. ese mismo día un andrés crecido y hambriento salió por fin a masticarse las flores del almuerzo.