sábado, enero 28, 2006

licencia en la cochería

el terreno baldío, que queda junto a la casa de veraneo del empresario fúnebre, esta cubierto de maleza y encima de esta florecen varias guías de campanillas azules. tal vez, el olor dulzón que emiten cuando el sol les cae oblicuo a las seis de la tarde, no sea tan diferente al del interior de una carroza porteña después que se enterró el difunto y permanecen los restos de polen pegados en los vidrios. a pocos metros del puerto, se encuentra la casa que es amplia y de líneas simples, con un jardín con setos de gartegus perfectamente recortados, como si un cajón de verdes abrazara la construcción. no hay ruidos ni risas en el jardín del funebrero. nadie ahuma un poco de carne en una parrilla rodeado de una familia. no hay una pileta pelopincho en la que retocen niños a la hora de la siesta. ni siquiera una hilera de bicicletitas colorinchudas en la puerta del garage. con la misma discreción que caracteriza su trabajo, vive el descanso el funcionario de la parca. solo lo delata el largísimo sedan negro con cortinas púrpura cuando lleva a su esposa al supermercado.

viernes, enero 20, 2006

no juegues con la comida

la paloma pichón picotea un aro aplastado de galleta de arroz. lo pica, lo eleva en el aire, lo sigue con los ojos y lo caza de nuevo. sin pudor ni respeto, arrastra el alimento por la acera como si de una cancha de hockey se tratara y ella tuviera el disco y el gol inminente en su pico. avanza, se resbala como tejo, el último resto de la galleta de arroz . ella se pasea y con aire insolente le brinda un picotón. agoniza y suspira la galleta de arroz y la paloma niña la arrastra con desgano como la silla vieja de una casa de muñecas. ni el juez, ni el abogado, ni el fiscal, ni el que vende los timbres del juzgado, defienden los derechos de este digno alimento. ninguno de los cuatro resiste de algún modo el terrible tormento. tiembla la calle piria. viene la topadora y la paloma adolescente se va, indiferente. la lenta aplanadora que viene en retaguardia, se ensaña una vez mas con el último resto de la galleta de arroz.

miércoles, enero 18, 2006

baja el volúmen, amor

dani forma parte del selecto grupo de mis amigos tatuados. sin dudas es el más joven y el menos obsesivo con este asunto. sus tatoos son comics de trazo grueso, enmarcados en cuadrados con escenas de aliens en color que contrastan bastante con los dibujos barrocos o pre rafaelistas que lucen mis amigos que ya pasaron los treinta y cinco y creen que pincharse los rejuvenecerá, mientras el pelo se les cae a mechones inexorablemente. dani es un independiente en todo aspecto. un ser único, sin adicciones tribales, una de esas personas con las que la charla es llana y disfrutable. en eso estábamos la noche que aparecieron por el bar emi y sus amigas, chicas con ganas de conversar que me sacaron del paraíso de la charla simple para llevarme, subida a un carrito de compras, en un recorrido tipo tiovivo por el shopping de la charla femenina, con gin tonic como combustible. no puedo decir que no fueran graciosas y chispeantes, lo eran, pero tarde o temprano me hicieron bailar por una pista en la que no suelo sentirme cómoda ni feliz. la insoportable competencia entre mujeres. la más alta acaparó mi atención hablando sin parar, con los ojos entornados, sin enterarse por mis gestos si me aburría o me divertía. recorría mecánicamente todos los tópicos, dietas, estudios, viajes, novios, tradiciones familiares, logros profesionales y todo lo que me han hablado de vos un tema de conversación que no clasifico en ningún tesauro. las chicas brillantes no saben de la cortesía básica. por ejemplo, apagar un poco la radio y escuchar...el mar, la voz del otro....el camión del basurero. todo el monólogo se sostenía por la necesidad de mi contendiente de aplanarme con sus virtudes, como si yo fuera la empleadora de una importante compañía a punto de darle un gran puesto. una búsqueda desesperada e infructuosa de aprobación. entonces traté de imaginar que haría un hombre en mi lugar. eran las tres y cuarenta y cinco del nuevo día. vi pasar un mozo y le dije : la cuenta, por favor. por fin, ella se apagó.

domingo, enero 15, 2006

siempre hay un aguafiestas

trescientos kilómetros bajo lluvia. trescientos kilómetros hacia el sur este, en la dirección del viento, a pleno día con el parabrisas plateado de tantas gotas que impactan y se van a refrescar el radiador. alternamos música y conversación. nos comportamos como si el día estuviera perfecto y el verano de sol y playa garantizados. lo único que importó fue que la aduana no retuviera las dos cajas de vino ni revisara compulsivamente las demás existencias gastronómicas del auto. a salvo el champagne, a salvo la mostaza dijon, nadie capturará las alcaparras. pasamos por el microclima de solís y la lluvia para, se vislumbra un día claro, el cielo despejado. en pan de azúcar vuelve a nublarse, en san carlos directamente llueve. la vera del camino esta infestada de vacas enormes, negras y marrones sin manchas. ahora esta infestada de palmeras y vacas. la tierra del bife. no hay personas en el campo. no hay autos en la ruta. pero siempre están las vacas. es un paraíso de carne. un insulto solapado a cualquier vegetariano de ley. de esos que siempre han querido destacar en algo sin lograrlo. entonces, renuncian a la carne. ahora podrán torturar a los demás. “no, no como carne “ y con esa simple frase se hacen de la lástima del resto de los mortales. una lástima que pronto se transforma en rabia porque en el medio del asado familiar hay que salir a buscarle acelga al infeliz, porque esta haciendo una disección malintencionada de la pascualina de la abuela – ¿ que tiene de malo si la vieja le fríe un poco de panceta entre la verdura ? – y ahora todo el mundo a sentirse culpable, a dejar que los chorizos se enfríen porque no llega la papa para el pelotudo, el vegetariano. vaya modo de sobresalir.

lunes, enero 09, 2006

post 301

al galán que me siguió anoche, por dieciocho de julio, manejando un auto blanco en reversa mas de trescientos metros sin bajarse ni pensar una estrategia mejor para levantarme, va este saludo. espero que no se haya ofendido cuando me reí de él a carcajadas. se esforzó por verse ridículo, algo que no es fácil de lograr a las dos y cuarto de la mañana en el centro de montevideo. diariamente, camino entre cuatro y ocho kilómetros por la parte plana de la ciudad, gran parte de este trayecto lo hago en la noche, antes de ir a dormir. es un momento sereno de la ciudad, el momento en que los barrenderos pasan los escobillones por la peatonal de la calle sarandí y es la hora en que los camiones derrochan agua con mangueras de presión sobre las veredas y todo queda reluciente, esperando la mugre del día después. es un trayecto tranquilo en los días de semana, que se puebla un poco más desde el jueves al sábado, con gente que sale a bailar o a comer algo en el centro o la ciudad vieja. hace muchos años que vivo aquí, este trayecto es un clásico de mi caminata de todos los tiempos. incluso pasé aquellas épocas en que estaba el aparente peligro de los marineros coreanos en la zona del puerto. me gustan los códigos de la noche. no molestes a nadie y nadie te molestará. tal vez alguno que no esté muy al tanto de estas reglas se atreva a decirme un piropo como : “ planchita... “ inexplicable, para nuestros lectores allende el río de la plata. esta noche llovió, para alivio de todos los que estábamos hartos del calor de verano. por eso usé mi gorro negro de lluvia, si bien no me tocaron las gotas fuertes sino el último escarceo de las nubes. el gorro causó sensación en la plaza cagancha entre un grupo de adolescentes que reparten volantes para un baile cercano. para acortar el camino, pedí el té de manzanilla en mi bar favorito, estudié la revista de la nación del domingo y después, emprendí el resto de mi caminata. la lluvia había parado y guardé el sombrero. ese fue el momento en que apareció el centauro dispuesto a conseguir un record guinnes de manejo marcha atrás. cuando observé que insistiría en su acoso, me vino a la mente la imagen de un cangrejo y me atacó la risa. no lo miré a la cara. esta ciudad es muy pequeña y reconocer a alguien haciendo algo tan bizarro, a esa hora de la noche, no me pareció digno de una mujer de bien.

domingo, enero 08, 2006

deporte de reyes

siempre me gustaron los caballos. viéndolos pastar en el camino, corriendo en el ruedo de un remate o subida en una silla cabalgándolos por cualquier lugar. no tengo cultura del universo hípico si bien he presenciado raídes en puebluchos perdidos, de esos en los que la meta se pinta con una línea de harina o carreras inverosímiles en las arenas de una playa oceánica. he paseado en carro, en volanta, he cepillado con paciencia y cariño un caballo después de correrlo toda la tarde por el campo y alguna vez arriesgué a darle con mi mano, un terrón de azúcar a alguno especialmente encantador. hace un tiempo escuché un relato, épico y emocionante, protagonizado por dos hombres y un caballo alrededor del premio más prestigioso de carreras hípicas en el año. en ese momento entendí que no podría perderme la próxima edición del premio. el deporte habilita al mito y el caballo más el hombre, pueden combinarse muy bien a la hora de crear un relato inolvidable. fue sencillo encontrar un amigo dispuesto a acompañarme para participar de aquella justa diseñada para pasar a la historia. y esa historia no estuvo en las otras veinte mil personas que había en el hipódromo, ni en la brillante copa que se llevó el vencedor, ni en el altísimo porcentaje que pagó el ganador a aquellos que, a pesar de todos los pronósticos negativos, lo percibieron como un campeón. lo que pasó a la historia es quizás lo que pasó a mi historia, a mi propio libro de historia personal. algo que no tuve que inventar ni exagerar para hacer más bello. algo que fue mucho más allá de la pasión de los apostadores y fanáticos, más allá de los gritos cerca del disco, más allá del papel picado en mil pedazos que tiraron los perdedores, estuvo aquel apretón de manos. un gesto de una grandeza y elegancia increíbles, protagonizado por aquellos dos hombres pesados como dos moscas de la fruta, con sus pantaloncitos bancos apenas separados de la monta, que se saludaron como dos príncipes a través de sus guantes blancos. el perdedor estrechó la mano de ganador, el veterano reverenció al joven, el famoso brindó por el desconocido, el porteño halagó al pedrense. fue un gesto espontáneo, inmediato a la pasada por el disco. donde se determinan los triunfos, donde se midió el hocico del caballo que se llevaría el premio. solo unos metros más adelante, explotó la verdadera belleza de aquel deporte.

viernes, enero 06, 2006

el blanco perfecto

siempre me gustaron los hombres de blanco. aun recuerdo el perfume de mi pediatra cuando me revisaba, a los seis años en bombachas, subida a la camilla de su consultorio. mas adelante descubrí que este gusto no tenia que ver con la profesión médica, mi fisioterapeuta de los ocho a los diez, el enfermero que me vendó el piecito cuando lo metí en los rayos de la bicicleta, eran solo parte de un arsenal erótico que podía contemplar heladeros, vendedores de farmacia y chico de los quesos en el super. a pesar de esta vocación, siempre me fue bien con los hombres de negro. no, no piensen en trajes de armani ni en empleados de empresas fúnebres. mi target pasa por punks, existencialistas de la primera hora y muchachos dark en general. le caigo bien a los ojerosos que llevan cresta, piercings o aire de derrota. no puedo afirmar que no me gusten algunas veces, pero representan todo lo opuesto a la pureza del blanco, la promesa de empezar de cero que conlleva un uniforme blanco. los hombres de negro están demasiado cargados de pasado, los hombres de blanco han usado la goma, han borrado todo y se disponen a empezar de nuevo. ya sabemos lo corrosivos que son los jabones que apuntan a darnos el blanco perfecto. después de ellos, no queda nada. y la nada es un excelente de punto de partida para una relación. es como mudarse a un edificio a estrenar. como abrir una heladera recién comprada. como el olor de un coche cero kilómetro. así estaba lucca cuando lo vi, caminando por un callejón paralelo a la muralla. me hizo acordar a mi primer novio, steffano, con sus rulos al viento. el uniforme blanco impecable que lo hacia irresistible. no pude evitar mandarle una mirada profunda y seguirlo lentamente, como haciéndome la distraída. caminaba convencida que terminaríamos en un dispensario médico, pero no fue así. luego de un rato de subir y bajar los escalones medioevales de san geminiano fuimos a parar a una fiambrería de esas que tienen un jabalí embalsamado en la puerta. y como ustedes sabrán, no puedo comer carne de cerdo. así que me alejé discretamente del lugar.