viernes, diciembre 30, 2005

limpieza general

limpiaba la repisa con un pañito cuando encontró los dos discos que le había prestado aquel amante, el que la había contagiado de una peste que aun no tiene cura, el borracho pertinaz y creativo. aquel, cuya única virtud se limitaba a la enumeración simpática de sus defectos. especialmente aquel que lo señalaba como borracho. lo de creativo era algo, no muy notorio, que ella había reparado en él. ahora se encontraba con sus discos y podía decir que la suma, entonces, no daba tan mal. tenia buen gusto musical a pesar de no tener ningún otro gusto. el muy maldito. el muy tránsfuga. el alegre infectador. el irresponsable con gracia. todo un señor, con dos discos. dos discos que ella decidió quemar en la azotea, cuando cayera el sol. en ese momento recordó otro souvenir de un amante de otros tiempos, uno apático al que siempre tenia que dar de comer. buscó los cinco tomos de originales inéditos de su mediocre poesía y los sumó a la pira de las siete de la tarde. entonces la cruzada empezó a tener sentido. fue al ropero por prendas de otros amantes que merecieran un pasaje directo a la ceniza sagrada. ahí estaba el chaleco de uno y un par de prendas intimas que había extraído de algunos especialmente ineficaces, con la convicción que el tejido sintético de sus calzones era el causante de su bajo desempeño. entonces buscó los bastidores con los cuadros sin terminar del intento de artista con bajas luces con el que había tenido algunos encuentros. ahí estaban, listos para dar la batalla en las llamas. unas series mal copiadas de cuadros de dali en sus primeros tiempos. se merecían la quema. recordó la guitarra fender que había habitado el fondo del ropero, después había quedado en manos de una niña de seis años y por último había regalado, descuartizada, a un músico enemigo del antiguo dueño. los micrófonos eran buenos. esa había sido la razón para separarlos del cuerpo. era grato saber que en los escenarios, el músico más odiado de aquel sujeto, hacía uso feliz de aquellas dos pequeñas maravillas. nada ni nadie quedarían impunes.