viernes, enero 07, 2005

carretera perdida 32 1/2

atravesamos un bosque tropical con manglares y nos fuimos alejando del asfalto y la gran carretera a bordo de un mercedes amarillo. la conversación latosa de mi anfitrión, un español con botas tejanas, me aburría por demás por lo que me centré en observar el camino. pasamos un peaje sin pagar, sólo con un saludo de mano. un cartel anunciaba la academia el mástil y el ingreso a las marinas, siempre en dirección al virginia key. tomamos hacia el lado contrario donde sólo había camino polvoriento con árboles altísimos. cuando aterrizamos en jimbo’s estaba sonando zappa en la rockola, eran las tres de la tarde del domingo y un vietnamita sesentón, con un cap verde oliva, bailoteaba alucinado con una flaca contemporánea, tatuada, de pelo largo y look hipposo. Los dos se movían, acompasados y suspendidos, en el medio de una nube personal de ácido en la que solo ellos estaban incluidos. junto a la cancha de bochas, además de los parroquianos, estaba la heladera con cervezas de a dólar. un sonriente muchacho que nos ofreció pescado ahumado como único menú. el dueño, jimbo, charlaba con otros clientes detrás de la barra mientras les vendía cebo de pesca. de fondo, los restos de la escenografía de flipper, una suerte de aldea seudo-balinesa pintada de colores fuertes con un vw estacionado enfrente y decorado a tono. a nuestros pies, el pequeño muelle con lanchas .

que boquita

los labios más impresionantes que vi alguna vez, fueron los de rudolph nureyev. seguramente fue una foto, cuando era niña y él bailaba y brillaba con margot fontaine. todo nureyev era hermoso, sus piernas, sus pies, sus manos de pájaro. Quizás las imágenes de aquel hombre en una película hayan sido el primer estimulo erótico del que pude dar cuenta en mi vida adulta. nunca encontré a un hombre o una mujer a los cuales besar, con esa belleza en la boca. hoy es el aniversario de la muerte de nureyev. la última vez que lo vi, fue la primera. yo tenia diecinueve años. lo besé en la soledad de la noche, bajo las estrellas, en la explanada del teatro solís.

motorhome

todo en mi casa tiene ruedas. a veces me averguenzo un poco de ello. sospecho que alguien astuto puede inferir cosas terribles de mi personalidad gracias a este pequeño " detalle " del decorado. las sillas no las elegí yo, ni la butaca de Le Corbusier ni siquiera mi sillón azul francia giratorio con posabrazos cromados. eso lo eligió un amigo que quiere ser decorador, como quien quiere ser portero de un edificio del que es dueño. en fin, volviendo a lo nuestro : todo trae ruedas. lo máximo fue cuando pude instalar yo misma las ruedas gigantes con frenos en las bibliotecas. no hay pisos en desnivel, pero igual compré los frenos. quizás una mañana extraña, despúes de largarse un inesperado eructo, el edificio se incline como la torre de pisa y yo estaré lista para la ocasión.