miércoles, septiembre 17, 2008

12 de octubre

se había mojado las rodillas. había apoyado la espalda contra las baldosas del baño y había quedado ahí, detenida mientras el agua tibia resbalaba. el pelo era una masa de espuma que ya no importaba. la noche en vela era una simple cuestión del pasado. no era posible divisar el comienzo del día, la salida del sol o los movimientos del campo que la circundaban. la niebla era espesa, increíblemente gruesa, como un paño de capa gris. había poco que pudiera transparentarse mas allá de los cristales, ni siquiera se podía definir el calor o el fresco en aquella mañana. en esa extraña posición tuvo ganas de dictar una carta, una carta a un amor imposible, de carne y hueso. una suerte de despedida sin bienvenida, una locura más, de su repertorio. quiso explicarle el pocas líneas que estaba pensando en él. no todos los días, ni todas las noches. estaba pensando en él. tal vez decirle que no era justo, pero esa era la vida, así de tonta, la que no dejaba que las cosas pasaran cuando tenían que pasar. por eso, el deseo, por eso, la memoria. por esa misma razón, llevar la interrogante a cuestas. ahí, en el piso, mientras el agua tibia corría, pensó decirle algunas cosas bonitas. no alcanzaría el papel para decirle todo lo que le gustaba, ni todo lo que lo deseaba, ni muchas cosas bonitas más. algunas que serían incluso, imposibles de explicarle usando el pobre instrumento de la palabra. la última vez que lo vio, imaginó que podía cantar. no se animó a preguntarselo, solo lo imaginó y tuvo una pequeña sonrisa. la última vez que lo vio, tuvo miedo de quedarse enganchada para siempre. miedo a hacerse adicta. ahora, en el piso mojado, todo era irreversible. no era un amor pendiente, ni era un amor pasado, era un extraño signo del presente, tejido entre la evocación y la esperanza. otra vez, era puro misterio del alma.