domingo, mayo 29, 2005

comida de artistas

en la mesa, había una colección de objetos pretenciosos, de los que uno no quiere que le toquen cuando llegue el momento de cenar. no es que desconfíe del diseño ergonométrico tallado por un esclavo balines, simplemente que no me gusta llevarme a la boca cualquier cosa porque alguien considera que es sofisticada. a mi, denme una clásica cuchara y con eso seré feliz. ni siquiera necesitare de un cuchillo, si el costado de la cuchara es filoso, puedo usarla como instrumento universal, una especie de piano de los cubiertos. puedo emular a rambo y dar cátedra en los mil usos defensivos de una inocente cuchara. especialmente si alguien decide servir algún platillo que es tan exótico que necesitamos un manual para comerlo. es de noche y estamos sumergidos en una especie de mundo perfecto en el que somos astutos y la música es igualmente cursi. parecemos una colección de seres adultos y vacunados, dedicados a lustrarnos el ombligo con las palabras. la mención de mas de seis nombres desconocidos para los asistentes, por parte de la anfitriona justifica más aun mi sensación de orfandad. ¿ que hago aquí ? ¿ porqué digo que si a cualquier invitación a comer ? no soy henry miller hambreado en parís en los años treinta. solo me dejo llevar y a veces, me dejo llevar hasta un pent house con muebles blancos y espacios fríos que responden al ultimo grito de todo. entonces pongo en marcha el piloto automático y vuelvo a ser feliz. recuerdo la alegría que tuve cuando me dejaron asistir a una de las pantagruélicas comidas con un hombre gigantesco y pelirrojo, que era amigo de mi padre y comandaba una tertulia literaria. el siempre tenía los dedos un poco pegoteados del dulce de leche de un churro o alguna otra exquisitez. ese inolvidable día, conocí al primer grupo de escritores marginales, poetas ancianas y bardos de aire desmayado que se reunían en torno al plato del gordo, fumando y tomando café, mientras aquel hombre se suicidaba lentamente con un tenedor con tallarines arrollados. las reuniones en el bar jauja eran generalmente al mediodía y en la mesa de la ventana sobre bartolomé mitre. volví a participar de ese grupo en dos o tres oportunidades más. después el gordo se murió y con él la revista imágenes y la tertulia de los desesperanzados. a mi me quedaron las ganas de vivir en un bar, que me sirvieran esos platos de comida, que me rodearan unos apóstoles mientras almorzaba y lanzaba críticas despiadadas.