sábado, julio 23, 2005

mont blanc

en general, una vieja es noticia cuando va al banco y un malandrín le roba la bolsa con veinte mil dólares. también sucede cuando un joven le arranca la cartera en la calle y la empuja contra las baldosas de la vereda. entonces la vieja se lastima y su cara ensangrentada es noticia de las siete. es dura, la glamorosa vida de una vieja, ni me lo digan. he gastado horas en consultas con un geriatra que, seguramente, sea accionista o dueño de la farmacia donde me preparan las recetas de los remedios carísimas que me prescribe contra los dolores de huesos. el dentista que siempre me quiere poner coronas de oro. sospecho que pertenece a un grupo de profanadores de tumbas. la otra cara del negocio, un reciclador de oro bajo, que tiene que retirar de las piezas los restos de pollo o costilla para hacer su inmunda tarea y ganar unas monedas. creo firmemente que la sonrisa zalamera del dueño del supermercadito seguramente se deba a alguna desviación o perversión que este tipo tiene por las señoras mayores. no podemos fiarnos en nadie. quien sabe en que piensa ese gallego degenerado. el otro día fui a un bingo en el círculo militar. tengo un hermano que es coronel retirado y por eso puedo formar parte de esta selecta institución. estuve perdiendo durante toda la tarde pero, con la compra de cada cartón, estaba colaborando con un grupo de tejido de señoras del centro y la causa del ocio es algo que tenemos que apoyar. no porque le vayan a llevar la ropa tejida a los pobres, sino porque se las llevaran a sus nietos, que las detestarán y las esconderán en un rincón del ropero. el detalle es que usé, para anotar mis puntos, la lapicera mont blanc que me dejó mi tío eliseo. cuando me fui, me la olvidé. me di cuenta seis días después y cuando llamé no quedaba nadie jugando en la sala. no había nadie que tuviera noticias de mi lapicera. nadie se había quedado esperando mi llamado, para devolverme lo que es mío y vale mucho. así que llamé a mi hermano y el llamó al capitán que está casado con una de las del grupo de tejido y él consulto al alférez que estaba cantando los números durante aquella tarde. nadie sabía nada pero enseguida se pusieron a buscar. al final, alguien la había recogido y se la había dado a la empleada de la ropería y ella la había puesto entre las cosas perdidas, en una cajita de zapatos. mezclada con un llavero, un par de guantes de lana baratos y una bufanda de niño. hice que la despidieran, mi lapicera no podría pasar seis días en una caja de cartón, debería haberla colocado, como mínimo, en una caja fuerte.