martes, abril 28, 2009

romance y cacahuates

tenía los movimientos de un ratón, lo detectó apenas estuvieron en la mesa y se sentaron uno frente al otro. en el centro, había un pote de maníes pelados y él no pudo resistirlos. subió sus dos manitas delanteras al pecho y comenzó a engullir. “estoy muerto de hambre”, argumentó con las mejillas algo rojas de pudor. ella vio como se le fruncía la naricita y le dio un poco de ternura. era tan blanco que se asemejaba a un hámster, como los que había tenido de niña en una jaula, dale que dale todo el día girando en una ruedita de alambre grueso pintado de rojo. ella miró en la carta una tabla de quesos y la sugirió como una picada, antes del plato principal. apenas llegó, él tuvo otro pequeño ataque de ansiedad roedora. entonces ella se sonrió con todos sus dientes espectaculares, para distender un poco. el hombre-ratón apenas pudo registrarla con sus ojos redonditos y rojizos y siguió llenándose la panza. la panera se vaciaba al instante y no había mozo capaz de correr y mantenerla llena. si bien se veía flaco, tenía una incipiente panza que se iba agrandando a medida que pasaba el tiempo. estaba recién divorciado, quizás extrañaba una madriguera tibia con docenas de bichitos con su misma trompa. toda una comunidad de mineritos había quedado sin progenitor. ella trato de ponerse, por un segundo en su lugar. esto de las citas a ciegas no era para él. ella pensó que en caso que la noche se fuera poniendo íntima sus medias correrían el riesgo de ser mordisqueadas y picadas en pequeños trocitos. sus planes eróticos trataban de adaptarse a la extraña situación, mientras su cita no paraba de comer. la última vez que lo miró de reojo, para que no se sintiera incómodo, estaba limpiando los huesos del asado con los dientes delanteros. trató de imaginarse la casa de soltero de un hombre-ratón pero él, como si pudiera leer sus pensamientos, la paró en seco: “estoy en lo de mamá”. con esa frase todo se rompió, como un espejo que te deja con siete años de desgracia.

miércoles, abril 15, 2009

la santísima trinidad

estoy revisando, revisando casi todo. abriendo los cajones de la mente, los cajones de madera, los de metal, los del cuerpo, los de la memoria. para hacerlo, dejo que el tiempo se me vaya quedando vacío y simplemente espero frente a una taza de café. una de esas negrísimas que tomo en el pequeño paraíso de manteles rojos en el que aterrizo cada día. en ese edén donde siempre hay algún maravilloso tocando, cantando o hasta actuando en un show con una peluca que todos le podemos perdonar. en el jazz todos son hermosos, no solamente norah jones o miles davis. todos son hermosos, aun cuando envejecen y se niegan o se resisten al deterioro de los humanos. así son los inmortales. cuando quieres estar cerca de ellos, no hay más que disponer el cuerpo y dejar que te ataquen con su arte. si el jazz los hace los inmortales, el blues los hace divinos. estábamos desayunando con mi padre el domingo y me confesó que, a sus ochenta y dos años, logra escribir acompañado por la escucha obsesiva de b.b.king. no me extraña, le dije. b.b king es lo más parecido que he visto a dios. lo vi dos veces sin que esa sensación hermosa disminuyera ni un momento. estoy absolutamente segura que él es dios, stevie ray vaughan su hijo dilecto y si es necesaria una santísima trinidad, entonces ahí estará albert king, porque no. ¿podría tener algo mejor estar vivo para enterarse de todo esto? no lo creo. hay algo infinito, interminable en el placer que te brindan los inmortales y los divinos, algo que no se borra como se borran los besos sobre la piel cuando hay otra piel. algo que no se escapa como el cuerpo de aquel que dejamos escapar. algo que no se altera, no se envejece ni se envilece ni se degrada como el palpitar inocente de una nueva conquista. es algo que siempre esta tibio, luminoso y dispuesto. como esa sonrisa, un tanto socarrona, que nos acompañara algún día a todos los devotos a la tumba.

miércoles, abril 08, 2009

la cofradía del espanto

es un inesperado emporio de la belleza urbana. podríamos considerarlo como la capital de la hermosura perdida, la gracia olvidada y la lozanía extraviada por el tiempo y los sufrimientos de la vida. un espacio que, a todas luces se ve esperpéntico. tiene un techo atestado de piolas de las que penden muñecos de pasta que representan brujas montadas en escobas y en el centro del salón hay un árbol de navidad de plástico, dorado pretensioso y horripilante. el personal está compuesto por una serie de funcionarias barrigonas en chancletas y una dueña que intenta parecerse a brigitte nielsen pero con unas medidas bien desfavorables. ella transporta toda su abundante carne comprimida en un enterito de color blanco y tiene el pelo decolorado y pinchudo. la única bella de todo el lugar está oculta bajo una melena pajiza consagrada al arte del secador de pelo. me hace acordar al personaje de piel de asno. está oculta de la envidia del resto del personal y especialmente de la colección de adefesios que componen la clientela del salón. están la falsa rubia de la remerita corta, la panza flácida a la vista y unos tacos vertiginosos, la fea a la que se le ve la faja y la flaca de rostro triste que viene a teñirse las canas como si esto mejorara un poco su desolada estampa. no es un negocio de precios bajos, tampoco un centro famoso por hacer milagros diurnos con las clientas, está bien ubicado y tiene clientela si bien toda su estampa se contradice con su objetivo: salón de belleza. me pregunto, en el medio del desorden reinante, quien habrá sido el siniestro decorador que instaló espejos de tamaño natural en forma de triángulos que se alzan como filosas espadas en el medio del lugar y quien fue capaz de colocar un pedestal patinado en blanco y dorado que tiene al loro encima, felizmente enjaulado.