jueves, mayo 18, 2006

nunca estuve en la moneda

a esa altura de la tarde era propicio abrir otra vez el libro de duendes y revisar, a conciencia, su dieta de nueces y raíces dulces del bosque. el sitio no podía ser mas adecuado para la tarea. un lugar cálido, de paredes color maíz, con una enorme alfombra de yute y esa tibieza dulzona de los lugares que sirven café. un lugar donde el café sabe a café y no a jugo de paraguas. un auténtico café de grano molido a la vista. los habitantes de esta ciudad deberían demandar a la nestlé por el daño que ha hecho en sus costumbres gastronómicas. un verdadero atentado al buen gusto y la lógica, sobre todo. algo que en las generaciones venideras resultara irreversible. generaciones criadas, mal criadas, a café instantáneo. la historia no los absolverá. este sitio, es uno de esos extraños lugares públicos en los que los que los hombres toman té sin temer a ser objetados en su masculinidad. un oasis de la buena conversación, la amistad, la confidencia. en esta esquina de los jesuitas con julio prado alguien anuncia, entre cientos de avisos de recitales de poesía, que enseña piano y solfeo. la vereda esta cubierta de hojas secas y el tránsito apenas se intuye. por momentos tengo ganas de sacarme las botas y ponerme pantuflas. no me gusta pasear por los lugares emblemáticos de las ciudades ya que son siempre edificios que de alguna manera han tenido una sangrienta trayectoria, el coliseo romano, las torres gemelas, el arco de triunfo. no me gusta financiar la apología a la violencia de los tours ciudadanos. nada de soldados desconocidos. por eso tampoco no fui a la moneda, me quedé en el café bovary disfrutando como un gato al sol, masticando una galleta de almendra con chispas de chocolate.