viernes, septiembre 11, 2009

dos martinis

mientras giraban torpemente por la pista él intentó hacer un comentario con gracia y dejó al descubierto su inmensa estupidez. ella cerró los ojos y rezó porque no la pisara. la música era realmente horrible. participar de aquella danza no tenía ninguna explicación, o quizás dos martinis de explicación y nada más que hacer en toda la noche. por un momento recordó aquella regla de oro que la obligaba a descartar a los tipos altos de cualquier actividad danzante. Los pies suyos giraban exactamente con la misma torpeza del comienzo de la canción, ahora acostumbrados a la mediocridad absoluta. ella sorteaba obstáculos y trataba de grabar cada una de las obviedades que su compañero iba soltando, con una letanía que imaginaba seductora. ajena al espectáculo que estaban brindando, se dejó apretar torpemente por la cintura y asintió con la cabeza cuando le pareció que su monólogo requería de un estímulo para continuar. la orquesta arremetió con una seguidilla de canciones maravillosas interpretadas de manera atroz. su compañero intentó coreografiás de lambada en el medio de un tema con reminiscencias de bossa nova. en determinado momento empezó a sentir calor. su camisa verde agua era sintética y sacaba chispas por la fricción. ella tenía una bata liviana, de batista con corte oriental que empezaba a inundarse por el cuerpo pegado del otro. lo animó para salir de la pista y él la acompañó y la miró fijamente con aspecto de matador. todo era reverendamente absurdo. aquel muchacho sudado tratando de impresionarla con sus comentarios infantiles. la copa de martini vacía. la mirada de reprobación de los vecinos de mesa que habían venido en familia con la abuela y un tarro de fichas del casino. el mozo que circulaba con copas con las más inverosímiles combinaciones de licores de colores y saludaba a los clientes como si fueran parientes. la gran tormenta que se desataba tras el ventanal.