jueves, marzo 04, 2004

un crash

Ya habían pasado las cinco y media de la madrugada del domingo. Estaba esperando la llegada de la luz verde en el semáforo junto a otros taxistas tan aburridos como yo, por la abulia de la avenida. Fue entonces cuando nos rebasó un bólido a una velocidad realmente increíble, recorrió 300 metros y enganchó en su cadena de luces rojas a un pequeño auto blanco del que salió despedido el cuerpo de una mujer y un montón de papeles y giraron varios metros por los aires hasta estrellarse contra el piso, a modo de capas de un sándwich, primero un cuerpo, después un auto y encima, por último, una camioneta. Era una gigantesca escultura de carne y hierro, humeante, caliente, desordenada, desde donde surgían otros cuerpos, unos inmóviles, uno en movimiento. Acelere un poco, como si el auto tomara la velocidad de un hombre al caminar. Me puse a una prudencial distancia y vi como surgían, victoriosos, desde aquel extraño emparedado, los ángeles guardianes de aquel conductor imprudente.