sábado, noviembre 05, 2011

más o menos lo mismo

hizo un lugar para soltar la lágrima. el día recién había comenzado y eran pocos los autos que circulaban por la calle. tuvo miedo. le inquietó un hombre que caminaba a pocos pasos por la misma vereda y el que se movía en la esquina siguiente, que resultó ser un florista armando un puesto. si, aquel tipo tenía un puesto de flores casi en la nariz. ¡que nariz! difícil de dibujar, difícil de escribir, bonita para tocar. tal vez, pensaba que tenía ojos bonitos pero quien llevaba el arte de esa cara, era la nariz, un eje de improbable simetría que separaba su bien de su mal. metido en una gigantesca caparazón de miedos, pulida durante años por unas bellísimas manos, se atrevía a contar lo que ningún congénere sensato programaría para una primera cita. como una mujer desbocada, lanzaba un rosario de inseguridades, sombras, dudas, dolores, sin tenerse un ápice de piedad. horas más tarde, se le escapaba algún comentario tierno, constructivo, como por error. por momentos era gnomo, por momentos adulto, gigante, gato maduro o piso de mármol colocado en damero. un catálogo de matices que no aburría. si le latía el corazón, no se enteró. tampoco sería su primera vez con un extraterrestre. estaba tan suave como un recién nacido en una incubadora y besaba bonito, con todo el cuerpo y la cabeza levemente inclinada. estaba ahí, esperando que pasaran algunos hechos. cosas que pudieran resultar interesantes, asuntos que tuvieran alguna cosa que ver. desde unas fotos extrañas, le sonreían unos niños desconocidos, parecidos a los negritos que cuidaban unas monjas que siempre salían en la revista “el africanito“a la que estaba suscrita su familia. no había católicos en su casa, ni bautizados, mucho menos monjas o intereses en el áfrica. el motivo de la llegada de la revista era simple, más o menos lo mismo, alguien había abierto la puerta un día y no había tenido la lucidez de decirle que no a otra persona.