sábado, mayo 27, 2006

los trucos de un viejo zorro

ahí estaba osvaldo, enfrentado al espejo y a mi cabeza medusa enredada de espeso pelo marrón. solo, como clint eastwood en el duelo final de un spaguetti western, munido de un cepillo redondo numero uno. como si tuviera una 22 o un revolver de juguete con fulminante. arma insignificante si las hay. trataba de hacer pesar su veterania, su don de lobby, pero eso no podría alcanzar para satisfacer mis exigencias. el lo sabia. yo lo sabia. pero seguíamos ahí, perdiendo tiempo en el espejo principal de la peluquería, yo con la cabeza mojada y arrepentida de haber entrado, él con la duda pertinaz sobre su capacidad de dominar mi pelo. nunca admitiría que no sabia peinarme. que no tenia la mas mínima idea de cómo pulir una punta del cabello. ni las más mínima. por esa razón saltó sobre una planchita de láser que guardaba, para casos de emergencia, en una cajita cartón. enchufó el aparato y empezó a rostizarme el pelo hasta que tocó mi oreja y mi pequeño gritito más el olor a carne quemada lo desanimó un poco. ni la tecnología podría evitar aquella evidencia : no sabía peinarme y era el dueño, amo y señor del salón de belleza. de allí salían las mujeres aduladas y mal peinadas a la calle, peor cortadas y mucho peor manicureadas. de su templo, el que dominaba desde su metro noventa de altura y sus aires de duque en el exilio. entonces utilizó el truco más antiguo : la conversación. ese que no usan las peluqueras jóvenes de cortes desmechados que generalmente me atienden, porque sólo tienen tiempo para aplicar la técnica y recibir la propina. osvaldo podía darse el lujo de demorar aunque ya fuera de noche. hacer preguntas, comentarios graciosos y movimientos totalmente falsos alrededor de mi cabeza, como si estuviera ocupado con el diseño de una planta nuclear. idas y venidas con el mini cepillo, retorcidas inútiles del pelo y esa frase matadora que todo lo puede : “ pero que ojos tan preciosos tiene “.