martes, septiembre 20, 2005

paraíso de azulejos

recorro la ciudad durante el día y tomo agua en exceso, por una extraña dieta que indica que la hidratación extraordinaria me hará, seguramente, inmortal. siempre quise ser inmortal. así que mis botellitas de agua son un clásico durante el trabajo, el ocio y el aburrimiento. también se han convertido los baños en salas indispensables para mi confort. soy de esas a las que no le viene bien cualquier cosa. nada de mojar los pastos, el recodo del árbol o la parte baja del murito. a mi me gustan los baños con azulejos, aparatos colocados en espacios más o menos amplios, estilo años cuarenta. la última época de brillo de esta urbe. en especial elijo aquellos que tienen un selecto público y son verdaderas joyas abandonadas, como el del piso uno y medio de la municipalidad. un salón enorme con espejos esplendidos, máquina para jabón, agua abundante, gabinetes limpios todo el tiempo y teléfono público. podría definir a la ciudad por sus baños. ahí entra también el toilette del lobby de un hotel cinco estrellas frente a la plaza independencia en el que podes llegar a darte prácticamente un baño con total confort ( también tiene teléfonos públicos discretamente colocados como si tenés que pelearte con tu novio ) si fuera necesario. si bien he probado el servicio de la suprema corte de justicia y es interesante no lo recomiendo en damas que vengan de tacos altos o no estén entrenadas para subir tres tramos de escalera. tampoco los baños de la terminal portuaria son buenos, huelen a un detergente sospechoso. en el aeropuerto, los baños buenos son los que están más ocultos y no son muy pacíficos. los del principal banco de la ciudad son bellos pero tienen algo de truculento gracias a sus mármoles. los del círculo militar están bien, así como los del hipódromo pero no es muy céntrica su ubicación. hace unos días la municipalidad estaba cerrada a las seis de la tarde. eso me causó una gran decepción. corría hacia una reunión en un bar, sitio en el que no suelo visitar el servicio y me quedaban solo dos cuadras. entonces improvisé y me metí en el club español. empujé las pesadas y lustrosas puertas de esta magna institución donde seis viejos debatían temas del tiempo de franco en sendos sillones de cuero negro con tachas de bronce y cabeceras altas. pasé por la puerta de la biblioteca que estaba, como siempre, vacía. en el corredor un gallego anciano revisaba sin lentes, un diario de su tierra, seguramente no muy actualizado. frente al bar descubrí, tras los vitrales amarillentos en rombos, la puerta al gabinete higiénico. mayólicas. si señores, los españoles mean entre mayólicas. con lo caras que son. sitio pretencioso y al mismo tiempo confortable. un segundo hogar donde una se lava las manos, se desprende de la grasa de la calle y hasta le da el ánimo para peinarse un poco. un sitio para incluir en la guía de baños de la ciudad.