miércoles, abril 04, 2007

serenisima

desde hace algun tiempo decidí transformarme en lo que nunca quise ser. una forma sencilla y económica de combatir el hastío en el término medio de la vida. uno siempre conoce tan bien lo que no quiere ser que hasta se olvida de ser. analicé varios modelos en pos de encontrar el que pudiera conformarme mejor y ahi descubrí a la princesa. este tipo de mujer, que no detenta título nobiliario, se comporta como tal y obliga casi sin querer a que todos los demás sean de alguna manera, sus súbditos. por ejemplo si un hombre lleva a la princesa a la pasiva a por unos panchos en un empuje masculino de barbarismo la aludida sabrá comportarse debidamente ante el populacho. al fin, es la princesa. aunque haya concurrido al local desde su mas tierna infancia con su familia o incluso con anteriores parejas, con amigas o con aquella promitente a suegra millonaria y obesa que le hacia honores a a las húngaras con mayonesa, para la princesa siempre será la primera vez. la princesa conoce a los botones del ritz y como está en la pasiva no saludará nunca al mozo que la ve hace treinta años, en todo caso preguntará con sorpresa donde es el tocador aunque aun quede un antiguo graffiti de su autoría en la puerta : male y alejo. actuará hasta irse como una recién llegada. antes de abandonar mi aspecto de sapo para convertirme en princesa apócrifa tenía una mala imagen de estas mujeres de zapatito blanco en toda ocasión. ahora las miro con otro respeto.es muy sacrificado tener un vocabulario que contiene en vez de expresar, un vestuario que aprieta en vez de liberar, unos zapatos que se manchan a un ritmo vertiginoso. porque no hay un rolls royce en la puerta, ni un chofer con sombrilla, ni una alfombra para evitar los charcos. el mundo real no se diseñó para que una sea la princesa y cada detalle de la vida moderna te lo expresa. en el rostro de la princesa siempre debe haber un cierto dejo de insatisfacción sutil, chiquito, pero permanente. su sonrisa deberá estar pintada con el color labial de la resignación. si una amiga o un pariente tienen un bebé e insisten que la princesa lo alce a pesar de su impoluta vestimenta, ella lo hará como si se tratara de un niño africano ante una maraña de fotógrafos. solo un ratito, lo suficiente para sonreir y salir en la foto. y al separar a la criatura de su flamante traje, ahora sucio, disimulará su enfado con otra sonrisa posada. en ese dulce gesto esta la grandeza de una falsa princesa.