martes, octubre 06, 2009

a espaldas del hombre infiel

esperaba recibir señales de su existencia. señales parecidas a los senderos de hojas de tilo que dejan los duendes en el bosque, para que otros encuentren el camino al almendro más poblado. a veces la espera se convertía en una sucesión enorme de tiempos vacíos que utilizaba para vivir y dedicarse a cosas triviales. algunas veces se encontraba con algunos sujetos sencillos de esos que usan camisa azul claro o con algún viejo beatnik para rememorar antiguos revolcones. seguía al pie de la letra los dictados de aquel absurdo manual de instrucciones para hombres infieles que había encontrado alguna vez en un librero de piriápolis, una fórmula para evitar los grandes sufrimientos en el amor. una fórmula que obligaba a no llorar frente a los ojos del infiel. más que un manual, era un tratado de sadomasoquismo disfrazado de dignidad femenina. a ella, le había gustado ser indigna más de una vez. había estado compartiendo algunas cosas con el hombre pollo, meses después de dejar de ver al hombre ratón. el vampiro había resultado un ser delicado que aullaba a veces como un coyote en la soledad del desierto. aquella escena era conmovedora en el cine pero un poco apesadumbrante en la vida real. aquella noche tuvo un viaje a 1984, también un bar, también un hombre de pelo negro. no era lo mismo, el frío calaba los huesos, la ciudad no se presentaba muy segura, pero había algo en común. un ataque de desesperación. igual que aquella noche que fundó una amistad poderosa, sacó a la calle al hombre herido y caminaron por un buen rato con alguna excusa . cuando le pidió una mano, para abrigarlo con su guante, se dio cuenta que no lo conocía. nunca habia mirado esas manos. no se acordaba de haberle visto los pies. la sorprendió el largo de sus dedos, pensó, con inocencia, que habían crecido en los últimos minutos de la charla, como pasa con el pasto después de la lluvia. el nuevo desconocido volvió a gustarle. aun cuando estaba aterido y aplastado por las circunstancias adversas, se esforzaba por ser galante. evitó meterlo a su cama y arroparlo y darle lugar a la fantasía típica de la niña que sube un gato a un sillón y el gato se sienta y segundos después, salta hacia otro lugar