miércoles, abril 27, 2005

lo que no se llevará el viento

ya saben lo que me gusta la sudestada. este fin de semana lo he pasado en cama, griposa y resacosa después de una noche en un ambiente apestoso. a veces me gusta estar enferma, no moverme demasiado pero tarde o temprano, me aburro. así que salí a la calle, en una de las noches más frías en lo que va de este otoño. viento fuerte, muy frío y del sudeste. sumé varias capas de ropa, que incluían el neopreno y también un impermeable liviano y al mismo tiempo abrigado. solo me faltó un gorro. las primeras calles que recorrí estaban vacías, a nadie le gusta salir a tomar viento un domingo de noche en la ciudad. pero yo tenia planes concretos. uno de ellos consistía en darme por curada de esos dos días perdidos de gripe. cuando bajé por el costado del a plaza independencia rumbo a mi bar favorito la sudestada se expresó en su máximo esplendor. un viento súper potente me dio en la cara y una lluvia fina de miles de gotas se desprendió de una gigantesca ola de la rambla directamente hacia mi persona. en el bar había un chico que no conozco mucho, pero como estaba semivacío, pudimos conversar placidamente sobre nuestro respectivo amor por el viento fuerte, por las películas vistas desde la cama, por la vida vagabunda en general. casi no había valientes en la calle. apenas unos fantasmas arrastrándose lentamente. le hablé de una película que había visto mientras cumplía mi rol de enferma y él me describió de forma mágica el beso que hay en el film. quedamos silenciosos y tibios después de este tema. me imaginé como sería darle ese beso a él, ahí, del otro lado de la barra. sonreí. después llegaron más personas, amigos y clientes. el encanto no se rompió. el beso había quedado ahí, como algo colgado entre los dos. decidí salir otra vez a tomar el viento, ahora me arrastraría por la espalda. quería hacer unas compras antes de irme a dormir, hojuelas de cereal, sin ellas no puedo vivir. algunas manzanas. algún yogur con moras. moras como las que plantamos alguna vez en el jardín. las que nos enseñaron a macerar en azúcar durante unas horas. y después, al comerlas, quedar con los labios dulces y morados como vampiros de una película sexy. para dar besos como ese que quedó pendiente, en el viento de la sudestada.