domingo, enero 08, 2006

deporte de reyes

siempre me gustaron los caballos. viéndolos pastar en el camino, corriendo en el ruedo de un remate o subida en una silla cabalgándolos por cualquier lugar. no tengo cultura del universo hípico si bien he presenciado raídes en puebluchos perdidos, de esos en los que la meta se pinta con una línea de harina o carreras inverosímiles en las arenas de una playa oceánica. he paseado en carro, en volanta, he cepillado con paciencia y cariño un caballo después de correrlo toda la tarde por el campo y alguna vez arriesgué a darle con mi mano, un terrón de azúcar a alguno especialmente encantador. hace un tiempo escuché un relato, épico y emocionante, protagonizado por dos hombres y un caballo alrededor del premio más prestigioso de carreras hípicas en el año. en ese momento entendí que no podría perderme la próxima edición del premio. el deporte habilita al mito y el caballo más el hombre, pueden combinarse muy bien a la hora de crear un relato inolvidable. fue sencillo encontrar un amigo dispuesto a acompañarme para participar de aquella justa diseñada para pasar a la historia. y esa historia no estuvo en las otras veinte mil personas que había en el hipódromo, ni en la brillante copa que se llevó el vencedor, ni en el altísimo porcentaje que pagó el ganador a aquellos que, a pesar de todos los pronósticos negativos, lo percibieron como un campeón. lo que pasó a la historia es quizás lo que pasó a mi historia, a mi propio libro de historia personal. algo que no tuve que inventar ni exagerar para hacer más bello. algo que fue mucho más allá de la pasión de los apostadores y fanáticos, más allá de los gritos cerca del disco, más allá del papel picado en mil pedazos que tiraron los perdedores, estuvo aquel apretón de manos. un gesto de una grandeza y elegancia increíbles, protagonizado por aquellos dos hombres pesados como dos moscas de la fruta, con sus pantaloncitos bancos apenas separados de la monta, que se saludaron como dos príncipes a través de sus guantes blancos. el perdedor estrechó la mano de ganador, el veterano reverenció al joven, el famoso brindó por el desconocido, el porteño halagó al pedrense. fue un gesto espontáneo, inmediato a la pasada por el disco. donde se determinan los triunfos, donde se midió el hocico del caballo que se llevaría el premio. solo unos metros más adelante, explotó la verdadera belleza de aquel deporte.