miércoles, febrero 13, 2013

canon

cada uno tiene su cama. el gato, la que queda junto a la ventana. cuando se despierta, maúlla un breve saludo. a veces continúa el sueño. otras, se levanta y me viene a visitar. los gestos más pequeños y cotidianos construyen el amor. en nada se parece a ese malentendido que generalmente nos ata a alguien del club de los humanos. ese error de comunicación tan burdo que nos quita el aire y el tiempo. esa breve pero a veces incurable enfermedad que nos magulla la piel desde adentro. nada de lo simple y habitual puede superar a esta máquina de hacernos doler. entrar en ese estado es como poner voluntariamente el dedo meñique en una morsa y apretar hasta que salte la uña y se desangre. un camino tortuoso y necesario, que muchos aspiran recorrer, aún sin saber sus partes bellas ni distinguir sus partes macabras. todo lo que tienes lo pierdes y todo lo que anhelas lo pones en duda. aquella autonomía, aquel garbo, el pensamiento disidente, la ironía. todo se inunda de un manto de azúcar, un fuego imposible, un decorado de confeti y jengibre. las cosas se empiezan a parecer a sí mismas hasta el aburrimiento, pero ni te das cuenta. así es la obsesión, no importa lo que sucede: importa el orden, el protocolo, el macrotesauro de lo que está en el borde. aquello que siempre sería marginal adquiere la importancia de las cataratas del iguazú. una suerte de hipnosis colectiva transmitida en cadena nacional de televisión. sin querer, aflojas la quijada y dejas que un hilo de baba corra desde tu boca al piso. nadie puede hacerse cargo de tu ridículo, quedas con toda la responsabilidad y no hay forma de sustituirte. te compras el terreno completo, en cuotas o al contado. te tiemblan las rodillas, de noche y de día, sin explicación aparente. empacas pero nunca surge el viaje mágico. pero estás ahí, llenando las maletas de ropa. encima de la cama. cada uno tiene su cama. el gato, la que queda junto a la ventana.

martes, febrero 12, 2013

cita de 48


en el camino fran le mostró el barrio, la casa y los detalles para que se quedara a cargo por un fin de semana. sus tres hijos, dijo, “ni lo notarían”. el principal encargo era el gato negro y un perro viejo y encantador al que los adolescentes ni sacarían a pasear ni alimentarían. esa sería su principal responsabilidad. el suburbio era tranquilo, de esos sitios por donde pasa un pequeño pelotón los ciclistas los domingos de mañana cerca de topanga. ella, que era profesora, tenía cada tanto una cita de 48. a las cuatro se fue al aeropuerto con un pequeña valija. eduardo apenas tenía treinta años y consagraba gran parte de su tiempo a trabajar en una compañía aseguradora en el centro de la ciudad. había llegado a la cita de 48 por accidente mientras se hacía un examen en una clínica y otro paciente le explicó el mecanismo de ese tipo de encuentros. se conocían con fran desde que habían discutido mientras tomaban un seminario de literatura inglesa. antes que el curso terminara se cruzaron en la puerta del ascensor. el se imaginó que estaba casada y ella no le hizo ninguna aclaración. de algún modo rompieron el hielo y terminaron en la cita de 48. la cifra hacía alusión a la cantidad de horas de encierro en un sitio apartado. la consigna era desconectar absolutamente con todo por ese breve lapso. aislarse con un amante implicaba seguir ciertas reglas: hablar poco, tener el mejor sexo posible, comer si era necesario, dormir sólo para recuperarse, consumir alguna droga si resultaba divertido. no salir de la habitación a menos que hubiera un incendio.