lunes, enero 28, 2013

cobre

en la habitación del fondo hay dos cajones con col china, una mesita con un delicado trabajo de taracea en maderas claras y marfil con la figura de un elefante, una alfombrita que cumplió la mayoría de edad y una cama baja sin sábanas. si bien parece la habitación de un monje, es el cuerto el un geólogo después del divorcio. tiene una dieta extraña, exclusiva de vegetales que cultiva en un pedazo de terreno a la vuelta del edificio. la dueña de la mina construyó un baño que comparte con colegas de excavación, cuando estos vienen. en la cuerda, se seca el único par de sábanas. la mujer está al rayo del sol, parada bajo la arcada de piedra, esperando que la deje entrar o la invite a sentar. el hombre ha perdido todo sentido de la educación y el cortejo. ella separa las piernas, en posición de descanso y pone el peso del cuerpo sobre el taco de las botas. después de un buen rato el hombre arma un cigarro con tabaco suelto y lo prende. “ me tengo que ir antes que llueva “- aclara ella. el se acerca a las sábanas y las toca. las descuelga con lentitud y se encamina hacia adentro. “ venga”-indica. ella lo sigue sin mucho apuro. en el cuarto él tiende la cama con primor. se acerca a una palangana y se lava los sobacos. después se enjabona la cara y se saca la barba blanquecina de varios días con una navaja de mango antiguo. se pone una camiseta limpia, una camisa blanca y un saco de traje con diseño príncipe gales gris claro. mientras busca los zapatos bajo la cama la mujer, un poco malhumorada, lo apura. después le cobra y se va del lugar. el geólogo se abotona los pantalones y se pone, al fin, los zapatos italianos. después trepa a un banquito y, a los cincuenta y siete años, se ahorca.

lunes, enero 07, 2013

la pierna

día 1. me duele la pierna. estoy rodeada de niños que se ríen con la película que se proyecta en la pantalla pero sólo veo un haz de luz reflejado. los niños están cerca pero no puedo verlos. de vez en cuando, estiro los dedos y trato de agarrar algo. entonces mis dedos se alargan mucho, son como hiedras que van invadiendo todo. en la película hay sangre, los niños no la ven pero yo puedo oler ese aroma característico de la sangre fresca. me gusta el perfume de la sangre. día 2. me duele la pierna. no llegó nadie. guardo los platos, los cubiertos y los vasos. trato de olvidar que me duele. suena el teléfono pero no me doy cuenta. estoy olvidándome de todo. borro cualquier detalle, como si fuera una película de gondry. esto es sistemático. limpio, barro y trapeo para que todo se olvide. día 3. me duele la pierna. me estás doliendo todo el día. pero hago como que no me importa nada. me lavo el pelo, lo cepillo, lo disfruto. busco la biografía de edith wharton, otra sobreviviente. son días en los que es fácil herir a otros. me desperezo. tengo el cuerpo y el alma acostumbrados. hago artesanías con el dolor. pequeños monumentos con el asco ajeno. con cada pequeño o sutil gesto de hastío, desprecio o indiferencia que puedan dedicarme. algunos monumentos son feos, pero otros podrían ir a una bienal y llamar la atención. para eso sirven las bienales, para llamar la atención. mis artesanías son un producto directo de labor-terapia, no deberían aspirar a convertirse en arte. es más, puedo mezclar materiales de varios y hacer mis artesanías sin nombre. ni me acuerdo de donde salió el dolor, todo se convierte en una herida única, anónima, sin valor.

sábado, enero 05, 2013

la siesta extraordinaria

la pieza es angosta y tiene una puerta grande, tapizada en terciopelo azul marino para evitar que se cuele algo del interior. en la mesita que actúa como escritorio de recepción hay una lámpara de luz mortecina con filtro rojo de satén. el mucamo tiene unos pies esqueléticos con sandalias y un saco cruzado con cuatro botones, por debajo lleva el pantalón de un pijama de franela. en la pared empapelada, hay un marco pequeño con un fragmento de la tapa del diario "el día" del 7 de agosto de 1945 que tiene una foto de la bomba de hiroshima. en el patio contiguo nos invitan a descalzarnos y nos ponemos unas pantuflas de pelo de conejo. me toca un catre lejano al de mi compañero de excursión. una mujer, de rostro indefinido y unos sesenta años me tapa con una manta mora y me acerca a la pipa. comienza un sueño suave, silencioso y tibio. el adentro se olvida de a poco del afuera. no hay más luces en el corredor, no entra nadie más a la siesta extraordinaria. el cuerpo pierde todo el dolor y me adormezco entre caballitos blancos que nadan a un costado. por momentos, son seis saxofones del blue note, por momentos sombras de moby dick. alguien me enjabona los pies. tengo dos cabezas y no sé, al enfrentar el espejo, cual debe peinarse primero. dos motos chopper entran en la sala y circulan entre los catres. mi amigo se fue, en su lugar hay un auto-adhesivo de un parque marino en yucatán. alguien me enjuaga con una pequeña esponja de piel de oso.envejezco y abro las puertas de un ropero que tiene los zapatos de mis amantes muertos. busco un poco y encuentro el pijama azul bordado con amapolas. el papel tapiz también tiene siluetas de adormideras fileteadas en blanco y negro. ahora combino zapatos de diferentes talles, muertos con vivos, nacionales con extranjeros. el ropero tiene demasiados pares de zapatos. pienso en un campo de exterminio. por allí también pasó la bomba. tengo ganas de algo dulce. tengo ganas de vomitar. no puedo moverme. no puedo mirar.

miércoles, enero 02, 2013

little monster

en otra mesa, la del rincón junto a la ventana, están esos dos, manteniendo una conversación al final de la tarde. ella es más alta, tiene el rostro surcado por el cansancio, una blusa violeta y una pequeña libreta entre los dedos. él es más bien bajo, tiene más de sesenta, llegó después y trae un ipad que no puede dejar de consultar. apenas saluda se inicia una conversación que él interrumpe cuando salta hacia la barra a preguntar por la contraseña para conectarse a internet y pide un café. están haciendo un repaso de acciones que no logro escuchar gracias a la distancia y el ruido del lugar, que está lleno de turistas gringos provenientes de un crucero que comen paninos de jamón cocido y lechuga. los dos hablan en español y gesticulan un poco. él no puede dejar de mirar su artefacto, incluso interrumpe la conversación para charlar, a pesar del ruido, con alguien que está más allá. mientras tanto, ella se distrae en su libreta, mira hacia afuera con cierta resignación. la tarde transcurre bella en esa parte de la ciudad mientras él sonríe a la persona con la que está hablando pese a la distancia. por momentos levanta el aparato y lo acerca a la oreja, en un vano intento por enterarse de lo que le dicen desde el otro lado. su acompañante eventual, observa al resto del público del café con indisimulado pudor. él insiste en mantener la charla y hacer comentarios condescendientes a la distancia, inclina la cabeza en señal de aprobación que tal vez no pueda percibir su contraparte electrónica. cuando corta la comunicación, se dedica a llamar por móvil y conversar con extremada amabilidad con otra persona. mientras, continúan los despojos de la conversación con la mujer que lo escucha con paciencia. vuelve a poner su atención en la pantalla del ipad o en el teclado del celular mientras ella pierde la vista en el contexto. así transcurre la primera hora del encuentro que registro desde mi lugar. veo la cara de ella, aburrida, mientras revisa los detalles de la decoración que la circuandan. él habla a veces directamente, a veces con el teléfono en la mano, otras veces interrumpiendo la lectura de su pantalla portátil. cuando me levanto para irme, me acerco a la mesa con la excusa de colocar unos diarios en el librero cuando él le dispara : “él único que me habla bien de ti, es gonzalo “.