domingo, enero 02, 2011

laguna negra

estábamos en silencio, mirando el horizonte mientras el agua empezaba a avanzar suavemente con el atardecer, mojándonos los pies, las rodillas y los muslos. habíamos pasado dos noches sin dormir, dedicados a la conversación y el chisme, hablando de viajes y fantasías. detrás, quedaban los restos de la cabaña quemada, apenas unidos unos con los otros, humeantes, frágiles y temblorosos nos miraban con ojos negros. nunca habíamos estado tan cerca, quizás por casualidad o por miedo a enredarnos, fruto de nuestros turbulentos pasados amorosos. éramos una simple combinación de piel, huesos y pelos mojados que emitíamos risitas nerviosas, en aquella extraña situación. me dieron ganas de hacer un chiste, una vulgaridad, como evocar la “laguna azul” o algo así. pero eso lo obligaría a hacerme un bebe instantáneo, como si fuera la misma brooke. aquella no era una situación romántica, quizás era solamente una instancia singular, mágica y desconcertante. nunca me hubiera atrevido a hablarle con franqueza de mi admiración hacia él. quizás era la barba tan larga la que me imponía un respeto y una distancia prudencial. siempre habíamos tenido una complicidad natural, tal vez por ser contemporáneos y transitar sitios de otros asombrosamente diferentes a nosotros. el era un fotógrafo sin cámara. yo me parecía a un tizón en apuros. pensé con algo de resignación, que me estaba perdiendo la única oportunidad de abordarlo. tenía la cara de un conejo resignado. ni la nariz era interesante, ni los ojos muy abiertos y la boca le colgaba sin demasiado garbo. la risa era su único patrimonio, especialmente porque celebraba a todo volumen cualquier asunto y lograba un efecto afrodisíaco en los demás. tuve ganas de tener una bañera con agua tibia, unos jaboncitos de coco y miel, una alfombra peluda de lino y tantas otras cosas que no eran sus brazos, ni sus piernas, ni su aliento. me meti en el agua para deprenderme el humo y nadé.