martes, febrero 22, 2005

un blister para tia amparo

la tía amparo es una prima segunda de mi padre. tiene una edad incierta en la banda de más de cuarenta o quizás más de cincuenta. es soltera, vive sola y su vida privada es un misterio para el resto de los miembros de mi familia. si bien tiene una coqueta casita en la blanqueda, prefiere alquilarla y ocupar un departamento del centro porque, según ella “ hay más servicios “. más allá de estos detalles, tía amparo es evidentemente, una mujer feliz. da cuenta de ello la sonrisa permanente, la disposición a acompañar cualquier empresa con entusiasmo , su arreglo personal y su alto grado de independencia. generalmente los fines de semana va con sus tres amigas a los bailes de casa de galicia. a veces trae cuentos sobre hombres que la persiguen después de bailar pero siempre los borra con estilo. para tía amparo la noche no es el lugar para empezar “ una relación “. ella prefiere salir del baile a tomar un café con sus amigas, no quiere escenas patéticas con setentones de saco marinero tratando de besarla en la puerta del edificio a la vista del portero de noche. además de administrar su pequeño negocio, tía amparo disfruta al estrenar un nuevo peinado de los que le inventa américo giorgio, su estilista de la calle tacuarembó. también le gusta a veces cambiar de esmalte de uñas, comprarse unas lindas sandalias o tomar una copita de vermouth antes de entrar al baile. nadie ha escuchado a tía amparo hablar de casarse, tener hijos, tener novio o algo similar. está claro que tampoco le dá bola a los galanes que se le arriman en los bailes del lido, aun cuando se toma tres copas de sidra rosada “ frank sinatra “ . sus amigas, las mismas desde el tiempo de la escuela, no son un buen antecedente de la felicidad marital. las tres están divorciadas. una, solo había aguantado una semana en casa con bebe y su madre, una vieja desdentada y demandante que escuchaba todo el día el bolero de ravel mientras intentaba pintarse un ojo como maia plisetskaia. mercedes encontró a beto, su marido, con ramón en el lecho marital. así había perdido al esposo y también al veterano instalador que había puesto líneas de fibra óptica en las paredes de su casa. augusto simplemente se había deprimido y susana, después de aguantar que no se bañara por dos años había armado las valijas. ahora él estaba fantástico viviendo con una novia de diecisiete que trabaja de moza. en la heladera de tía amparo siempre hay refrescos, vino blanco y dos botellas de champagne. si bien no es habitual verla tomando, tiene una cantidad de bellas copas en pares colgaditas sobre el pasa platos de tu departamento. el baño y el dormitorio de tía amparo son dignos de un hotel alojamiento de los años setenta. una mezcla de estilo disco con escenografía glamorosa y unos toques naive. el elemento más llamativo es el espejo en el techo, después está la cama redonda y las luces con dimmer en tonalidades rosa. estoy segura que en el ropero, fiel a su estilo y feminidad, ella tiene unas lindas piezas de lencería, quizás con reborde de plumas y tul en algunos casos. es una deducción que parte del par de vertiginosos suecos al mejor estilo carmen miranda, con pompón rosa de pluma, que una vez encontré en su baño. sobre el supuesto compañero sentimental de tía amparo, en mi familia, se manejan dos bibliotecas. la versión más liberal es la de mi padre. él sostiene que ella es la amante de un empresario de camiones que tiene una doble vida. la línea de los otros primos afirma que tía amparo definitivamente es virgen y nunca le había visto la cara a dios. ambos se equivocan. un día tuve la oportunidad de descubrir el secreto de la tía amparo. pasé a visitarla y repentinamente me bajó la presión. me dio un té, me sentí mejor pero me dolía la cabeza. fiel a su costumbre, tía amparo no tenia aspirinas así que tuvo que llamar a la farmacia para que le trajeran. cuando sonaron los tres timbrazos me pareció algo normal, pero cuando escuche a tía amparo cuchicheando con el cadete en la puerta pude empezar a sacar conclusiones. me arrastré por el living y dije “ gracias ...que divina “ y ahí tuve una buena perspectiva y pude ver los músculos marcados de los brazos del chico repartidor debajo de la túnica celeste. un morocho de ojos grandes, de unos diecinueve años. se despidieron con sonrisas cómplices, con un beso en la mejilla, mientras él le prometía alcanzarle un relajante muscular a las ocho. por fin entendí porque la tía amparo nunca tenía aspirinas en casa.