sábado, agosto 06, 2005

de compras

arrastró a alicita hacia el negocio de pompas fúnebres. ahí reprodujo el habitual comportamiento caprichoso, que la caracterizaba a la hora de las compras. mientras coqueteaba sin parar, un lúgubre empleado la seguía, embelesado ante la posibilidad de una venta . el infeliz, abría y cerraba los féretros sin respiro, tratando de complacerla con una pátina hecha con cera especial o un forro de seda natural rosa con pequeños puntos de grantité en blanco. los cajones más caros estaban expuestos en horizontal, rodeados de cirios altos en el salón de exposición. todo estaba previsto para que el cliente entrarara caminando, con el dinero en el bolsillo y el recuerdo de su pariente muerto hace un rato. no era habitual que una cliente se probara su propio cajón con la misma ligereza de quien se prueba un par de zapatitos cubiertos de escamas de cocodrilo. para complacerla, el escuálido buitre ponía en vertical las pesadas piezas de madera y tela y ella entraba a los saltitos y hacía comentarios en el medio de pequeñas risitas coquetas estoy gordita para este pronunciaba y sacaba una puntita del pie enfundada en un primoroso zapatito blanco. el funcionario sonreía y no paraba de transpirar mientras caminaban hacia los cajones más caros. en el medio de la prueba, la tía detectó el caminar de un joven escultural y tatuado que lijaba cajones en el taller y decidió seguirlo para admirar de cerca aquellos muslos privilegiados cubiertos por un mono de jean. por aquí tienen mas anunció y se mandó directamente a la sección de los cajones baratos, entre el aserrín y el polvo, como un gato reo que saborea una sardina robada y podrida. a pesar de estar sana y optimista, tía elvira era una mujer previsora. no iba a dejar nada librado al azar. su entierro estaría pagado, el servicio elegido desde el cajón hasta las masitas del café, el color de las flores, las limosinas, el alto de las velas, las propinas para el maquillador y sus asistentes. todos sus detalles favoritos estarían previstos. una vez le había encomendado el jardín a su hermana. al regreso del viaje por europa, se había encontrado todas sus plantas marchitas y muertas. ahora solo podía confiar en alicita, su sobrina, la que ahora presenciaba toda la escena con su cara tapizada por el acné, con actitud sumisa, embutida en el uniforme del colegio esclavas del divino corazón de jesús.