miércoles, abril 15, 2009

la santísima trinidad

estoy revisando, revisando casi todo. abriendo los cajones de la mente, los cajones de madera, los de metal, los del cuerpo, los de la memoria. para hacerlo, dejo que el tiempo se me vaya quedando vacío y simplemente espero frente a una taza de café. una de esas negrísimas que tomo en el pequeño paraíso de manteles rojos en el que aterrizo cada día. en ese edén donde siempre hay algún maravilloso tocando, cantando o hasta actuando en un show con una peluca que todos le podemos perdonar. en el jazz todos son hermosos, no solamente norah jones o miles davis. todos son hermosos, aun cuando envejecen y se niegan o se resisten al deterioro de los humanos. así son los inmortales. cuando quieres estar cerca de ellos, no hay más que disponer el cuerpo y dejar que te ataquen con su arte. si el jazz los hace los inmortales, el blues los hace divinos. estábamos desayunando con mi padre el domingo y me confesó que, a sus ochenta y dos años, logra escribir acompañado por la escucha obsesiva de b.b.king. no me extraña, le dije. b.b king es lo más parecido que he visto a dios. lo vi dos veces sin que esa sensación hermosa disminuyera ni un momento. estoy absolutamente segura que él es dios, stevie ray vaughan su hijo dilecto y si es necesaria una santísima trinidad, entonces ahí estará albert king, porque no. ¿podría tener algo mejor estar vivo para enterarse de todo esto? no lo creo. hay algo infinito, interminable en el placer que te brindan los inmortales y los divinos, algo que no se borra como se borran los besos sobre la piel cuando hay otra piel. algo que no se escapa como el cuerpo de aquel que dejamos escapar. algo que no se altera, no se envejece ni se envilece ni se degrada como el palpitar inocente de una nueva conquista. es algo que siempre esta tibio, luminoso y dispuesto. como esa sonrisa, un tanto socarrona, que nos acompañara algún día a todos los devotos a la tumba.