jueves, mayo 19, 2005

estación propia

después de vivir durante años en una casona patricia, rodeada de cuadros de pintores célebres, tapicería gruesa y plantas exóticas. después de poseer varios pisos con habitaciones listas para la llegada de huéspedes inesperados. después de tener estantes cargados de bellas piezas de cerámica amerindia y talavera. después de recibir decenas de amigos en fiestas ruidosas, regadas por el más exquisito vino y servidas con las delicias gastronómicas más sofisticadas. sara decidió retirarse. vendió todo y se compró un terreno raro, triangular como su propia vida. ahí montó un vagón de un tren de carga y se alistó para que la llevara a su último destino. es en ese inesperado rincón de la ciudad donde se escuchan los gritos de los estibadores del puerto, deambulan los espectros de lautremont y gardel. ahí donde roberto de las carreras azota aún las camas de viudas y casadas. en un exótico volumen de madera dura, bajado de la desidia de las vías de la productividad, recubierto de puntillas y carpetas de macramé como si fuera el gato siamés de porcelana de una tía solterona. en ese lugar mora esa mujer de mirada cansada como un siglo que usa una falda larga que la cubre en toda su flacura, de donde siempre emergen, dos ruidosos perros salchicha.