sábado, abril 23, 2005

en shangai no hay comida china

todo parece incomprensible a la hora de comer. sorben una sopa que me resulta impenetrable. entonces tomo té todo el tiempo ya que es algo que reconozco y me gusta. no puedo aspirar acompañarlo con unas galletas de la suerte, aun no se occidentalizó el oriente. los chinos resisten y sonríen cuando las cosas se ponen difíciles. cuanto más grande es el problema, más grande es su sonrisa. yo aspiro no generar problemas, apenas lograré pasar cuarenta y ocho horas para dar un vistazo a la ciudad y después decir que estuve en shangai. no alcanza el tiempo para sacar al menos una foto simbólica de esta gran ciudad. me conformo con una vista de la ciudad moderna, el paseo a un par de pagodas y una noche en un karaoke travestí, no mucho mas. vida de hotel. tengo un parque impresionante alrededor y si voy hacia el río me encuentro con otros dos parques espectaculares, el yuyuan y el jing’an. aprendí a tomar el metro, pero no me alejé demasiado por las dudas. esto es muy grande, demasiado para una provinciana que no habla cantonés. mi nariz se desplaza velozmente sobre los olores de la ciudad que, en su zona más sofisticada, tiene espacios verdes y flores por todos lados. no podré ir a un mercado de alimentos, no me da el tiempo para recorrer ese universo caótico de los pescados y las especies. tampoco podré aspirar a conocer los barrios bajos, no puedo hacerlo sin un anfitrión. al llegar me desencontré con mi amigo lucas. me da pena pero mi vuelo desde seúl se atrasó un poco. no pude dibujarle unos gatos blancos, para su hija menor, en la mano. al llegar, ya se había embarcado, tal vez a ámsterdam, tal vez a tel aviv. son difíciles las citas en aeropuertos, no te dejan socializar con esos cambios de vuelo y los atrasos. me hubiera gustado verlo, hace tantos años nos encontrábamos en el tramo de 18 de julio entre la plaza cagancha y ejido y caminábamos por la línea amarilla del medio de la avenida, a las dos de la mañana. éramos tan delirantes como ahora pero dormíamos mucho menos. el escribía unas crónicas surrealistas sobre un malhechor que protagonizaba las tapas de un vespertino de corte amarillista. el negro amaranto. la nuestra era una ciudad vacía. en nada se parecía a esta, que tiene chinos por todas partes. anoche descubrí un juego de boliche en el hotel. me vendé la uña rota y me tiré unas chuzas. no había bolos con agujeros chicos, para dedos de mujer, pero no me importó. la próxima vez traigo la mía.