martes, abril 05, 2005

robando el viento

espero la llegada de los primeros fríos. busco mi chaqueta de neopreno y me preparo para leer el parte meteorológico que anuncie una fuerte sudestada. cuando tenga este dato me iré a punta del diablo para sentarme en la playa de la viuda a esperar que el viento me arrase. es la misma playa que hace unos años tenia como salvavidas a giovanna pittaluga, una periodista italiana de más de setenta años, activista en top less, que bajaba todas las mañanas con el equipo de rescate, su reposera y un sombrero. para una cazadora de vientos, el enclave de la viuda, es ideal. muchas rocas y una buena extensión sin resguardo ni intrusos. mi viento favorito es el que sopla en la tarde pero si hago el viaje, trato de tomarlo a todas las horas posibles. el resto del tiempo lo gasto en prender el fuego y pasar la noche con algún trago de vodka, lo que a veces alienta a una salida nocturna a las rocas otra vez a tomar viento, a veces en compañía del arveja, que es un perro con manchas blancas y negras que parece salido de un escorzo de las meninas de velázquez. todos los perros ahí se llaman “ casi “ porque se supone que son “ casi “ como gente. me gusta estar en un sitio donde todos los perros son iguales o casi. todos hijos de la misma madre, pero no piensen que la perra ha sido puta, no. tuve el honor de conocerla y se llama casimira. una perra fina y de cierta estirpe también. no tuvo prejuicios para cruzar su sangre con cuantos perros canijos había en el pueblo y es evidente que mejoró con su descendencia el pedigree local. en los inviernos de esta bravía costa atlántica quedan muy pocas cosas cuando pasa la marea. unos pollos solitarios atravesando las polvorientas calles, la secuencia infinita de los perros que son todos iguales, las mujeres que fuman y esperan la llegada de los barcos, las viejas, que mienten sobre cualquier asunto, la capilla cerrada, la comisaría vacía, la casa de videojuegos tapiada, el mercadito con la fruta pudriéndose y las mandíbulas resecas de cientos de tiburones que penden desde una tanza en los puestos de chucherías. y yo ahí, extranjera, robándoles el viento.