martes, febrero 01, 2005

ana gusana

nadie se había atrevido a decirle frígida. de todos modos ana no parecía feliz. se le notaba en cada milímetro de su piel ocre a lo largo de un metro ochenta y tres de huesos largos y desgarbados. seguramente en algún recreo cruel de la escuela algún malvado le había gritado : “ ana gusana “ y ella se había imaginado a si misma como rambo en la jungla, corriendo con el cuchillo apretado en la mandíbula, tras la venganza. el tiempo había pasado y su aspecto de monja en un día franco no había cambiado un ápice a pesar de haber perdido, sin pena, ni gloria, ni orgasmo, la entereza de su himen. seguía siendo la cabeza que sobresalía del grupo de amigas desabridas y ninguna le ganaba en su liderazgo de mujer aburrida. entonces creyó, por un momento, que podría ser una chica de carrera y la publicidad le abrió las puertas como asistente del asistente del encargado de una cuenta. en la agencia ana no combinaba con sus trajecitos amarronadas y sus camisas color crema. en los albores del tercer milenio tener el look margaret thatcher podría verse como un síntoma de exotismo pero el mundo publicitario vernáculo no permite estas licencias. los creativos creían verse irresistibes en botas tejanas con vaqueros negros apretados en el bulto, además de las consabidas camisetas negras con frases “ ingeniosas “ en letras blancas. todo combinado con cinturones de tachas plateadas y una actitud rebelde que podía traducirse en ir un día a trabajar sin afeitarse o juntarse los tres pelos, que habían sobrevivido a la calvicie y llegaban a la nuca, en una colita. los del área de marketing vestían trajes aburridos de cuatro botones y los contables ensayaban los mismos trajes pero en cortes mas anticuados y berretas aun. siempre había un idiota capaz de presentarse a trabajar con una corbata con personajes de disney o warner. en la agencia, para nuestra alegría, siempre hay un idiota. las mujeres tampoco dejaban mucho que desear, estaban las que eran decoración pura y las mulas que trabajaban. adivinen donde entraba ana gusana. a pesar de su vida monótona y deslucida ana guardaba un secreto que la hacía especial y algunas veces, increíblemente feliz. bajo la aburrida blusa ana tenia un crucifijo que apretaba con particular lascivia mientras practicaba el extraño deporte extremo de la constipación. después de largas sesiones con clientes exigentes, asistiendo al asistente a asistir en estas reuniones. después de pasar horas de su vida supervisando a todo tipo de proveedores inútiles. después de esperar durante horas la llegada de un embarque de cajas de algún de un producto sobrante o vencido que sería obsequiado en un estúpido programa de tv. después de un frustrante encuentro con un par de gordas engreídas que habían tratado de socavar su carrera llena de porvenir. después de todo estaba el laxante, el más fuerte, el que le retorcía las tripas hasta convertirlas en las trencitas de bo derek. después de todo, estaba la felicidad.