miércoles, agosto 10, 2005

lecturas de agosto

amanecieron cubiertos de libros. la cama estaba tibia y a ellos los separaban las obras completas de shakespeare encuadernadas en papel biblia, formato grande y tapas duras con arabescos en oro y piel. él saco una de sus interminables piernas y se fue al baño, como si despertar bajo una colcha de papel fuera algo de todos los días. ella se quedó quieta , desnuda y cubierta por unos mini clásicos franceses de todos los tiempos. era novata en aquella habitación. apenas conocía a su ocasional compañero, un jugador de basketball aficionado a la lectura. habían tomado copitas de licor en un bar de ambiente intimista y habían terminado en la cama. ella sentía el pudor de una mujer que dejó la ropa en la mesa de la cocina, hacía varias horas y no tenía ningún plan para recuperarla. cerró los ojos y se hizo la dormida. al rato escuchó alguna actividad fuera del baño, un ruidito a caldera en la cocina y sus pasos, entrando en el cuarto-biblioteca. espió su espalda mientras entrecerraba la gigantesca cortina de papel japonés. una mesita con ruedas esperaba junto a la puerta, con su ropa primorosamente doblada y el desayuno en la bandeja superior. fingió despertarse en ese momento y le sonrió. el le pasó la bata con un gesto tierno. era una suerte de kimono destinado a las amantes. después desvistió su cuerpo de literatura francesa, le hizo un masaje en los pies y le dio el desayuno.

los rosales de la memoria

mientras el taxi se acercaba, veíamos la explanada de la entrada cubierta de sillones bkf de lona amarilla que parecían un ejercito de mariposas gigantes en una hora de descanso. era una mañana brumosa, como tantas, en aquella zona extraña con un microclima que contradecía las bondades caribeñas de la temperatura de la isla. hacía diez años que no pisábamos aquel sitio pero todo tenia un color familiar. quedamos paradas allí, en aquel sitio que nos había alojado y hecho amigas también. la misma sensación de ser locatarias y extranjeras que siempre habíamos tenido, ahora nos volvía a invadir. los árboles de la entrada, que alguna vez habían plantado en nuestra presencia y significaban la unión de tres continentes, estaban gigantescos. de repente paso la telefonista, chancleteando como de costumbre y nos saludo como si nos hubiera dejado de ver anoche. aquella mujer que mas que una cabina atendía un club adonde la gente iba a compartir sus penas y también a recibir la alegría de comunicarse con sus parientes en el exterior. aquel sitio donde había migas, termo y a veces cartas españolas para pasar el tiempo. donde la conversación era la moneda de cambio. ahí estábamos, aun sorprendidas cuando paso un anciano que me llevo del brazo hasta un sector del jardín del edificio. se detuvo frente a un matorral de rosas y me dijo : esta es la matica que planto usted. busqué un rato en la memoria, le agradecí el gesto y me quedé pensando toda la tarde, revolviendo en cada cajón del olvido sin encontrar absolutamente nada.