mezcló despacio la arcilla blanca, el óxido de hierro y la solución de silicato de sodio al uno por ciento. la pasta tenia un aspecto cremoso y grisáceo pero mantenía la plasticidad de una barbotina. le pidió que cerrara los ojos y empezó a aplicarle el barro con un pincel grueso de obra, primero cubrió los hombros, el cuello, el tórax, la barbilla, las mejillas, la frente y el casco rapado hasta la nuca. él, estaba como suspendido, quieto, recibiendo aquella sustancia suave y fría. con un pincel más pequeño ella le pintó el interior de las orejas y el hueco de los ojos, los labios y los agujeros de la nariz. después pintó los brazos y las axilas, los codos y cada uno de los dedos. el desconocido seguía en silencio, con los ojos cerrados. cuando la breve capa empezó a secarse se cuarteó en pequeñísimos fragmentos y empezó a desprenderse como un trozo de mosaico etrusco ante de la llegada del vesubio. ella lo llevó frente a un espejo grande, él abrió los ojos y sonrió con sus dos gigantescas hileras de dientes redondos y blanquísimos.
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