absolutamente embarazado, con las piernas hinchadas y un poco de nauseas, el doctor albertini ganó la calle. aun tenía puesta la mínima bata con que lo había vestido el maléfico ginecólogo que lo inoculó con su semen. desorientado y exhausto se tiró a los brazos de una mujer policía maciza que usaba una cantidad excesiva de rimel en las pestañas y tenía colgada en la cintura una macana del tamaño de una berenjena. en un gesto piadoso, ella le cubrió el trasero con su sombrerito de reglamento.
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