domingo, julio 17, 2011

osos de la noche

había dejado el block de notas en su casa. mientras caminaba, se lo recriminaba en silencio. la noche estaba húmeda, la calle semi-vacía y el tránsito de unos pocos autos daba una sensación mortecina, como la luz de un par de farolitos que bajaban hasta la plaza. era el espectáculo vulgar del mes de julio, del invierno, el tedio de la mitad del año. días en los que las cosas pasaban simplemente, sin demasiada provocación. se había propuesto mantener la calma, como ésta tuviera algún valor o pudiera gratificarla ante una situación desgraciada. cruzó la calle y se enfrentó a la luz, a la percepción de una silueta conocida, a una sonrisa y una conversación. del otro lado, las cosas cambiaban radicalmente. no quiso pensar demasiado. se dejó llevar por el azar, que se imponía de vez en cuando. se había acostumbrado al silencio y a veces celebraba la libertad de no esperar, no desear, no emprender la búsqueda de aquel cuerpo. a veces se proponía no pensarlo y durante mucho tiempo, lo lograba. borraba los números, los nombres, las señales. ocultaba cualquier gesto de interés, aplastaba la expectativa bajo un manto finito de un olvido casi transparente. lo imaginaba preso, lejano, desconocido. pero había una memoria grabada en la piel y ante la simple presencia del otro, en vivo o representado, se ponía en funcionamiento. ese hilo delicado se transformaba en una tanza capaz de atar dos tiburones de trecientos kilos cada uno. existía una emoción, que disimulaban amablemente en su cotidiano y los asaltaba cuando se cruzaban. cuando se separaron, guardaban el olor del otro. caminaron en sentido contrario, quizás para no volver a verse por mucho tiempo. cada uno, con su carga prestada. no había trofeo, ni marcas que denunciaran esa unión circunstancial. algunas palabras, iban quedándo grabadas en la memoria de cada uno, ideas, recuerdos, sonrisas. un tacto suave, el sudor divino, una sensación tibia que los alejaba a la muerte.

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