al galán que me siguió anoche, por dieciocho de julio, manejando un auto blanco en reversa mas de trescientos metros sin bajarse ni pensar una estrategia mejor para levantarme, va este saludo. espero que no se haya ofendido cuando me reí de él a carcajadas. se esforzó por verse ridículo, algo que no es fácil de lograr a las dos y cuarto de la mañana en el centro de montevideo. diariamente, camino entre cuatro y ocho kilómetros por la parte plana de la ciudad, gran parte de este trayecto lo hago en la noche, antes de ir a dormir. es un momento sereno de la ciudad, el momento en que los barrenderos pasan los escobillones por la peatonal de la calle sarandí y es la hora en que los camiones derrochan agua con mangueras de presión sobre las veredas y todo queda reluciente, esperando la mugre del día después. es un trayecto tranquilo en los días de semana, que se puebla un poco más desde el jueves al sábado, con gente que sale a bailar o a comer algo en el centro o la ciudad vieja. hace muchos años que vivo aquí, este trayecto es un clásico de mi caminata de todos los tiempos. incluso pasé aquellas épocas en que estaba el aparente peligro de los marineros coreanos en la zona del puerto. me gustan los códigos de la noche. no molestes a nadie y nadie te molestará. tal vez alguno que no esté muy al tanto de estas reglas se atreva a decirme un piropo como : “ planchita... “ inexplicable, para nuestros lectores allende el río de la plata. esta noche llovió, para alivio de todos los que estábamos hartos del calor de verano. por eso usé mi gorro negro de lluvia, si bien no me tocaron las gotas fuertes sino el último escarceo de las nubes. el gorro causó sensación en la plaza cagancha entre un grupo de adolescentes que reparten volantes para un baile cercano. para acortar el camino, pedí el té de manzanilla en mi bar favorito, estudié la revista de la nación del domingo y después, emprendí el resto de mi caminata. la lluvia había parado y guardé el sombrero. ese fue el momento en que apareció el centauro dispuesto a conseguir un record guinnes de manejo marcha atrás. cuando observé que insistiría en su acoso, me vino a la mente la imagen de un cangrejo y me atacó la risa. no lo miré a la cara. esta ciudad es muy pequeña y reconocer a alguien haciendo algo tan bizarro, a esa hora de la noche, no me pareció digno de una mujer de bien.
lunes, enero 09, 2006
domingo, enero 08, 2006
deporte de reyes
siempre me gustaron los caballos. viéndolos pastar en el camino, corriendo en el ruedo de un remate o subida en una silla cabalgándolos por cualquier lugar. no tengo cultura del universo hípico si bien he presenciado raídes en puebluchos perdidos, de esos en los que la meta se pinta con una línea de harina o carreras inverosímiles en las arenas de una playa oceánica. he paseado en carro, en volanta, he cepillado con paciencia y cariño un caballo después de correrlo toda la tarde por el campo y alguna vez arriesgué a darle con mi mano, un terrón de azúcar a alguno especialmente encantador. hace un tiempo escuché un relato, épico y emocionante, protagonizado por dos hombres y un caballo alrededor del premio más prestigioso de carreras hípicas en el año. en ese momento entendí que no podría perderme la próxima edición del premio. el deporte habilita al mito y el caballo más el hombre, pueden combinarse muy bien a la hora de crear un relato inolvidable. fue sencillo encontrar un amigo dispuesto a acompañarme para participar de aquella justa diseñada para pasar a la historia. y esa historia no estuvo en las otras veinte mil personas que había en el hipódromo, ni en la brillante copa que se llevó el vencedor, ni en el altísimo porcentaje que pagó el ganador a aquellos que, a pesar de todos los pronósticos negativos, lo percibieron como un campeón. lo que pasó a la historia es quizás lo que pasó a mi historia, a mi propio libro de historia personal. algo que no tuve que inventar ni exagerar para hacer más bello. algo que fue mucho más allá de la pasión de los apostadores y fanáticos, más allá de los gritos cerca del disco, más allá del papel picado en mil pedazos que tiraron los perdedores, estuvo aquel apretón de manos. un gesto de una grandeza y elegancia increíbles, protagonizado por aquellos dos hombres pesados como dos moscas de la fruta, con sus pantaloncitos bancos apenas separados de la monta, que se saludaron como dos príncipes a través de sus guantes blancos. el perdedor estrechó la mano de ganador, el veterano reverenció al joven, el famoso brindó por el desconocido, el porteño halagó al pedrense. fue un gesto espontáneo, inmediato a la pasada por el disco. donde se determinan los triunfos, donde se midió el hocico del caballo que se llevaría el premio. solo unos metros más adelante, explotó la verdadera belleza de aquel deporte.
viernes, enero 06, 2006
el blanco perfecto
siempre me gustaron los hombres de blanco. aun recuerdo el perfume de mi pediatra cuando me revisaba, a los seis años en bombachas, subida a la camilla de su consultorio. mas adelante descubrí que este gusto no tenia que ver con la profesión médica, mi fisioterapeuta de los ocho a los diez, el enfermero que me vendó el piecito cuando lo metí en los rayos de la bicicleta, eran solo parte de un arsenal erótico que podía contemplar heladeros, vendedores de farmacia y chico de los quesos en el super. a pesar de esta vocación, siempre me fue bien con los hombres de negro. no, no piensen en trajes de armani ni en empleados de empresas fúnebres. mi target pasa por punks, existencialistas de la primera hora y muchachos dark en general. le caigo bien a los ojerosos que llevan cresta, piercings o aire de derrota. no puedo afirmar que no me gusten algunas veces, pero representan todo lo opuesto a la pureza del blanco, la promesa de empezar de cero que conlleva un uniforme blanco. los hombres de negro están demasiado cargados de pasado, los hombres de blanco han usado la goma, han borrado todo y se disponen a empezar de nuevo. ya sabemos lo corrosivos que son los jabones que apuntan a darnos el blanco perfecto. después de ellos, no queda nada. y la nada es un excelente de punto de partida para una relación. es como mudarse a un edificio a estrenar. como abrir una heladera recién comprada. como el olor de un coche cero kilómetro. así estaba lucca cuando lo vi, caminando por un callejón paralelo a la muralla. me hizo acordar a mi primer novio, steffano, con sus rulos al viento. el uniforme blanco impecable que lo hacia irresistible. no pude evitar mandarle una mirada profunda y seguirlo lentamente, como haciéndome la distraída. caminaba convencida que terminaríamos en un dispensario médico, pero no fue así. luego de un rato de subir y bajar los escalones medioevales de san geminiano fuimos a parar a una fiambrería de esas que tienen un jabalí embalsamado en la puerta. y como ustedes sabrán, no puedo comer carne de cerdo. así que me alejé discretamente del lugar.
sábado, diciembre 31, 2005
my way
la ciudad y aledaños se tensan, lenta e inexorablemente, con la llegada del año nuevo. los cuñados, que no se quieren, deben sentarse y brindar en la misma mesa. la suegra y el yerno, que todo el año han estado en tirantes relaciones, deben partir un pedazo de lechón y besarse como si no pasara nada. los vecinos, que compiten constantemente, deben intercambiarse saludos llenos de buenas intenciones. los empleados, deben saludar con gesto sumiso a los patrones, que los explotan todo el año. el policía, tiene que tomar declaraciones al padre del niño, que le explotó una cañita voladora en el ojo al portero del edificio. aquí suena casi borracho, casi nadando en jack daniels, mi buen amigo tom jones. tan viejo y decadente y perfecto como siempre, inmortalizado por el milagro discográfico. ajeno a cualquier conflicto, distante y festivo como el color rojo oscuro, con breve toque de nácar, con el que me pinto las uñas de los pies. aquí no hay luces de colores, ni petardos, ni turrones, ni saludos llenos de buenos deseos. sólo tom y yo, relajados en una terraza mediterránea, con vista perdida en el horizonte, con nuestros pies descalzos, nuestros pantalones cortos y el universo por delante. como inmersos en un baño de agua tibia con un cubo de sales de lavanda bronnley. como mojados bajo una lluvia repentina de verano. esperando la llegada del más cálido de los sueños.
viernes, diciembre 30, 2005
limpieza general
limpiaba la repisa con un pañito cuando encontró los dos discos que le había prestado aquel amante, el que la había contagiado de una peste que aun no tiene cura, el borracho pertinaz y creativo. aquel, cuya única virtud se limitaba a la enumeración simpática de sus defectos. especialmente aquel que lo señalaba como borracho. lo de creativo era algo, no muy notorio, que ella había reparado en él. ahora se encontraba con sus discos y podía decir que la suma, entonces, no daba tan mal. tenia buen gusto musical a pesar de no tener ningún otro gusto. el muy maldito. el muy tránsfuga. el alegre infectador. el irresponsable con gracia. todo un señor, con dos discos. dos discos que ella decidió quemar en la azotea, cuando cayera el sol. en ese momento recordó otro souvenir de un amante de otros tiempos, uno apático al que siempre tenia que dar de comer. buscó los cinco tomos de originales inéditos de su mediocre poesía y los sumó a la pira de las siete de la tarde. entonces la cruzada empezó a tener sentido. fue al ropero por prendas de otros amantes que merecieran un pasaje directo a la ceniza sagrada. ahí estaba el chaleco de uno y un par de prendas intimas que había extraído de algunos especialmente ineficaces, con la convicción que el tejido sintético de sus calzones era el causante de su bajo desempeño. entonces buscó los bastidores con los cuadros sin terminar del intento de artista con bajas luces con el que había tenido algunos encuentros. ahí estaban, listos para dar la batalla en las llamas. unas series mal copiadas de cuadros de dali en sus primeros tiempos. se merecían la quema. recordó la guitarra fender que había habitado el fondo del ropero, después había quedado en manos de una niña de seis años y por último había regalado, descuartizada, a un músico enemigo del antiguo dueño. los micrófonos eran buenos. esa había sido la razón para separarlos del cuerpo. era grato saber que en los escenarios, el músico más odiado de aquel sujeto, hacía uso feliz de aquellas dos pequeñas maravillas. nada ni nadie quedarían impunes.
domingo, diciembre 25, 2005
navidad en el circo II
esta navidad se cumplieron dos años desde que la mujer barbuda se fue del circo. dejó dos hijos púberes, en plena edad en la que explotan los granos, se desordenan las hormonas y se mojan algunas noches, las sábanas. nadie supo mas de ella y en el circo parece haberse tejido una espesa cortina de humo, en carreras dobles y con doble aguja, como para que nadie preguntara o investigara al respecto. pero el tiempo corre más rápido que bonito y todos empezaron a notar, al final de la primavera, lo que algunos temían. la hija mayor de amanda, la mujer barbuda más sexy de la vida circense de américa latina y el caribe, seguía los pasos de su madre. la espalda se le curvaba con gracia y lucía sin reparos unas generosas y femeninas caderas que competían con una pechuga abundante y firme. la hija putativa de arto, el payaso alcohólico que hacia años había abandonado el circo para dedicarse a la investigación de los números primos, también lucía la sombra de una barba incipiente. en el carromato de los enanos se organizó una junta y las decisiones corrieron pronto por la cena de los changadores, los que alimentan a las fieras y los que arman la estructura de la gran carpa. beatriz empezaría a ensayar el número que hizo famosa a su madre. una aparición rodeada de misterio, con luz de bengalas, lluvia de estrellas y capa negra. nadie podría estar a menos de dos metros de la mujer barbuda, nadie podría ver sus ojos sin antifaz, nadie podría acariciar su pelo negro, largo y ondeado, al mejor estilo de las divas de hollywood en los años cincuenta. mientras tanto, jacob, su hermano gemelo, cosía con esmero unas mallas negras llenas de estrellas y red. el talento del gemelo había quedado claro desde sus primeros muñecos de trapo, vestidos de batman y robin, fabricados a los siete años. un genio para vestir a los demás, que no aplicaba en su propia vida. jacob siempre estaba enfundado en rotosos pantalones de pana verde oscura con una camiseta del mismo color que algunos creían haberle visto alguna vez a arto. a pesar de su corta edad, beatriz asumía su rol y no se dejaba ver en las inmediaciones del circo como otros artistas. el misterio, era parte de su negocio. por esa razón se quedaba durante el día en el carromato que era de su madre mirando dibujitos animados en nikelodeom.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)